Blue Jasmine contiene al menos dos de las cualidades que más agrada encontrar en un trabajo narrativo bien llevado, y no sólo en una obra cinematográfica, sino en cualquier ejercicio mediante un medio de expresión que permita contar una historia. La primera de ellas es que su director, el infatigable Woody Allen, trata a su audiencia exigiendo una mínima capacidad de comprensión, e impulsa su manera de contar las cosas sin miedo a su público. Ya vimos que una de las escasas virtudes de su anterior trabajo, A Roma con amor, era su extraña manera de mezclar historias como si tuvieran lugar en paralelo, cuando se trataba de segmentos sin coincidencia en el tiempo y de duración muy heterogénea; Blue Jasmine también se construye mediante un cruce de situaciones de exposición controvertida, aunque aquí el riesgo no está en la idea, que no es más que la clásica contraposición entre una línea principal y una serie de flashbacks aclaratorios, sino en la ejecución del director y su montadora Alisa Lepselter, ya que el film se mueve de un plano temporal a otro de manera confusa, sin ofrecer un indicio significativo de que se producen estos saltos. Y es que, aun en sus últimos y fallidos trabajos, hablamos de un cineasta que está a vuelta de todo y no necesita regirse por estándares: bastarán unos minutos de metraje de Blue Jasmine para que su entregado público termine aprendiendo a diferenciar las épocas de sus protagonistas mediante sutiles cambios en la escenografía y los acompañantes.
La otra gran virtud narrativa del film es su respeto hacia el punto de vista. El narrador construye una historia fundamentada en lo que el personaje principal ve y conoce, y abandona esta visión únicamente para adoptar la primera persona en su hermana Ginger (Sally Hawkins), que ejerce de contrapunto social de Jasmine. Siguiendo esa premisa, a Allen le resulta inadmisible adentrarse en la vida oculta del marido de la protagonista, Hal (Alec Baldwin), y nunca tendremos una prueba visual de sus muchas infidelidades, excepto en el momento en que besa a la atractiva Raylene (Kathy Tong), pero sólo porque Ginger es testigo de la escena. La historia se mueve de esta manera situando en ambas mujeres un poderoso centro de atracción, y esto no hace más que potenciar la composición que ambas hacen de su personaje, si bien es Cate Blanchett quien destaca sobre cualquier integrante del elenco: el inseparable tándem que forman Cate y Jasmine, actriz y personaje, justifican el visionado de la que tal vez sea la primera película desde Match Point en la que vemos un trabajo de Allen casi redondo (salvo algún bache innecesario). Cate/Jasmine expone muchos de los lugares comunes en el cine reciente del director, como son los problemas de aceptación y ascenso social, las crisis neuróticas-afectivas, el vanidoso refinamiento de las clases acomodadas, o esa desubicada visión del que se siente extraño en un lugar supuestamente idílico (antes Londres, Barcelona, París o Roma, ahora San Francisco), y mezcla todo ello en una figura humana que es paradigmática de su tiempo, al encontrarse en decadencia tras el estallido de las crisis mundiales, estafada por un poder económico al que nunca denunció durante la época de bonanza. No es casualidad que el relato se cierre con un final desolador, pero también ambiguo y abierto: la cosa no pinta bien, pero nadie sabe cómo acabará todo esto.
Blue Jasmine - Woody Allen - 2013 [ficha técnica]
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domingo, 24 de noviembre de 2013
viernes, 15 de noviembre de 2013
Gravity
Uno de los detalles de realización más llamativos del anterior largometraje de Alfonso Cuarón, Hijos de los hombres, se encontraba en el radical virtuosismo del director. Para alguno de sus espectaculares planos secuencia, el realizador mejicano contaba con la ayuda de efectos especiales que le permitieran filmar de manera espectacular, y sin cambiar de toma, mientras sus personajes recorrían enormes distancias. En su siguiente largometraje, esta idea deja de ser un mero detalle para convertirse en el verdadero motor visual del film. Los dos planos con los que arranca Gravity abarcan, en total, casi la cuarta parte de todo el metraje, tal es el empeño del director a la hora de dilatar las posibilidades espaciales (nunca mejor dicho) del plano secuencia, sin importarle que para ello tenga que recurrir al más sofisticado trucaje mediante ordenador. Nada más lejos, a la postre se dio a conocer que el largo silencio creativo que media entre Hijos de los hombres y este largometraje se debió a una tortuosa etapa de pre-producción de casi un lustro, a lo largo de la cual Alfonso Cuarón y su hijo Jonás tuvieron que esperar a disponer de una tecnología que satisficiera la exigencias de un film de este tipo.
El precio a pagar a cambio de este largo proceso es palpable en el resultado final, de ahí el tener que conformarse con los únicos intérpretes que al final pudieron participar en su breve reparto, en especial una protagonista de rostro excesivamente moldeado por el bisturí. Si bien a ratos ofrece notables momentos interpretativos, como su agónico canto a la vida durante la conferencia con un desconocido de lengua esquimal (cuyo contraplano se recoge en Aningaaq, un inédito cortometraje de Jonás Cuarón que apetece conocer), Sandra Bullock fue escogida por ser la última de una lista de al menos una decena de actrices de enorme caché (como Natalie Portman, Naomi Watts, Marion Cotillard o Scarlett Johansson) que, antes o después, por una razón u otra, se fueron cayendo del proyecto. Pero en muchos sentidos la espera ha merecido la pena, ya que la obsesión de los artífices de Gravity por hacer creíbles los inacabables paseos de sus dos únicos personajes a lo largo de cientos de kilómetros produce una sensación de espectáculo de adrenalina muy superior a la que habitualmente se obtiene montando cientos de planos breves y confusos. Lo mejor es que esta cadencia permite a los narradores algunas lecturas paralelas que trascienden la sencillez del relato. En ese sentido, la película enfrenta lecturas de corte metafísico, casi panteísta (con esa madre tierra omnipresente como una deidad), con el más crudo discurso científico, en una película que, desde el propio título, encuentra en las leyes de la física la principal amenaza para sus personajes, quienes encuentra la salvación en objetos tangibles, y no en las estampas religiosas que encuentran durante su estancia en las diferentes cápsulas espaciales. Por no hablar del planteamiento que constituye la pugna de la protagonista por salvar la vida como metáfora del acto de nacer inherente a todo ser vivo, idea que comienza cuando vemos a Sandra Bullock, en un momento de descanso, adoptar una posición fetal en el interior de una cápsula en la que algunos cables imitan las formas de un enorme cordón umbilical, y que culmina cuando tiene que luchar como un recién nacido por salir de un medio líquido a la superficie, dando con su cuerpo en un terreno firme que parece virgen e inexplorado, lo cual dota a esta lectura de una dimensión mucho mayor: no sólo se nos ha hablado del ser humano, sino también de la evolución de todos los seres vivos.
Gravity - Alfonso Cuarón - 2013 [ficha técnica] ... leer más
El precio a pagar a cambio de este largo proceso es palpable en el resultado final, de ahí el tener que conformarse con los únicos intérpretes que al final pudieron participar en su breve reparto, en especial una protagonista de rostro excesivamente moldeado por el bisturí. Si bien a ratos ofrece notables momentos interpretativos, como su agónico canto a la vida durante la conferencia con un desconocido de lengua esquimal (cuyo contraplano se recoge en Aningaaq, un inédito cortometraje de Jonás Cuarón que apetece conocer), Sandra Bullock fue escogida por ser la última de una lista de al menos una decena de actrices de enorme caché (como Natalie Portman, Naomi Watts, Marion Cotillard o Scarlett Johansson) que, antes o después, por una razón u otra, se fueron cayendo del proyecto. Pero en muchos sentidos la espera ha merecido la pena, ya que la obsesión de los artífices de Gravity por hacer creíbles los inacabables paseos de sus dos únicos personajes a lo largo de cientos de kilómetros produce una sensación de espectáculo de adrenalina muy superior a la que habitualmente se obtiene montando cientos de planos breves y confusos. Lo mejor es que esta cadencia permite a los narradores algunas lecturas paralelas que trascienden la sencillez del relato. En ese sentido, la película enfrenta lecturas de corte metafísico, casi panteísta (con esa madre tierra omnipresente como una deidad), con el más crudo discurso científico, en una película que, desde el propio título, encuentra en las leyes de la física la principal amenaza para sus personajes, quienes encuentra la salvación en objetos tangibles, y no en las estampas religiosas que encuentran durante su estancia en las diferentes cápsulas espaciales. Por no hablar del planteamiento que constituye la pugna de la protagonista por salvar la vida como metáfora del acto de nacer inherente a todo ser vivo, idea que comienza cuando vemos a Sandra Bullock, en un momento de descanso, adoptar una posición fetal en el interior de una cápsula en la que algunos cables imitan las formas de un enorme cordón umbilical, y que culmina cuando tiene que luchar como un recién nacido por salir de un medio líquido a la superficie, dando con su cuerpo en un terreno firme que parece virgen e inexplorado, lo cual dota a esta lectura de una dimensión mucho mayor: no sólo se nos ha hablado del ser humano, sino también de la evolución de todos los seres vivos.
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domingo, 6 de octubre de 2013
Monstruos University
Todas las continuaciones de los largometrajes que los estudios Pixar han ofrecido en los últimos años comparten, al menos, una virtud en común, y es no dar muestras aparentes de agotamiento del material revisado, de convencer al espectador de que a la idea original le quedaba otra vuelta de tuerca. De hecho, revisando los títulos recientes de la factoría, es en "primeras partes" como Up o Brave donde sus responsables han dado claras muestras de irregularidad, haciendo que estos largometrajes no sean necesariamente superiores a continuaciones como Toy Story 3, la cual confieso que no me convenció demasiado en un principio, pero que he ido apreciando más en posteriores visionados, o Cars 2, a mi juicio, infravalorada por la crítica, por más que se trate de una especie de culminación técnica de la animación por ordenador, y un film que no desmerece narrativamente a lo que ofrecía su primera parte. Y en este sentido Monsters University, precuela de uno de los hitos creativos del estudio, no es una excepción.
Pese a un primer tramo titubeante, donde el desconocido debutante Dan Scanlon ofrece serios baches de interés, sobre todo por su escasa capacidad para contagiar al espectador con la fascinación sentida por el personaje protagonista del relato, Mike Wazowski (Billy Crystal), a su llegada al campus universitario que da nombre al film, buena parte de las imágenes ofrecidas por Monsters University constituyen otro excelente ejemplo de cine de masas hábilmente conducido, esta vez entregado por completo al género cómico, una parcela habitualmente visitada por las películas de Pixar pero nunca con la insistencia de este largometraje, en el que los mejores momentos se deben a un puñado de hilarantes ideas, casi siempre en torno al grupo de nerds que forman la hermandad en la que ingresan los protagonistas, y a la deliberada mala uva que los tres guionistas del film depositan sobre aquéllos. Por todo ello (y por alguna que otra espectacular pieza técnicamente perfecta), sorprende la fría recepción crítica que ha vuelto a tener Pixar en su entrega de este año, precisamente por los mismos cronistas que después andan encontrando en films (a mi juicio) bastante menos logrados el germen de la nueva comedia americana.
Monsters University - Dan Scanlon - 2013 [ficha técnica] ... leer más
Pese a un primer tramo titubeante, donde el desconocido debutante Dan Scanlon ofrece serios baches de interés, sobre todo por su escasa capacidad para contagiar al espectador con la fascinación sentida por el personaje protagonista del relato, Mike Wazowski (Billy Crystal), a su llegada al campus universitario que da nombre al film, buena parte de las imágenes ofrecidas por Monsters University constituyen otro excelente ejemplo de cine de masas hábilmente conducido, esta vez entregado por completo al género cómico, una parcela habitualmente visitada por las películas de Pixar pero nunca con la insistencia de este largometraje, en el que los mejores momentos se deben a un puñado de hilarantes ideas, casi siempre en torno al grupo de nerds que forman la hermandad en la que ingresan los protagonistas, y a la deliberada mala uva que los tres guionistas del film depositan sobre aquéllos. Por todo ello (y por alguna que otra espectacular pieza técnicamente perfecta), sorprende la fría recepción crítica que ha vuelto a tener Pixar en su entrega de este año, precisamente por los mismos cronistas que después andan encontrando en films (a mi juicio) bastante menos logrados el germen de la nueva comedia americana.
Monsters University - Dan Scanlon - 2013 [ficha técnica] ... leer más
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lunes, 29 de abril de 2013
Los amantes pasajeros
Cuando un director de cine con cierta fama convierte en compromiso la regla no escrita de dirigir películas con una periodicidad constante, corre el peligro de ser presa de la falta de inspiración. Ésta es una de las posibles razones por las cuales, incluso los cineastas mejor reconocidos, dan muestras de irregularidad en su filmografía: el director de cine tiene que comer, y para ello ha de mantenerse activo a cualquier precio. Pero ni siquiera ésta es excusa para que un director consagrado como Pedro Almodóvar cometa un error del tamaño de Los amantes pasajeros. Acaso para justificar la insultante falta de solidez del largometraje, en el momento del estreno de esta película se repitió hasta la saciedad que suponía "el regreso a la comedia del director de La piel que habito, como si Almodóvar hubiera renunciado completamente a los momentos cómicos en sus últimos dramas, o no hubiera filmado hace poco tiempo piezas tan hilarantes como el cortometraje La concejala antropófaga, ofrecido como segmento complementario a su infravalorada Los abrazos rotos. Pero una cosa es no rodar un cine serio, y otra muy distinta es no tomarse en serio su propio trabajo. Se mire por donde se mire, la película no tiene el menor grado de interés, ni siquiera como eslabón que nos permita comprender la personalidad de su autor, al tiempo que sienta un terrible precedente en lo que se refiere a su prestigio, allí donde hasta ahora había demostrado una mayor destreza: pensemos, por ejemplo, que sería de la etiqueta "chico/chica Almodóvar" si todos los intérpretes dirigidos por el manchego hasta la fecha hubieran ofrecido las caracterizaciones que aquí aportan Javier Cámara, Raúl Arévalo o Carlos Areces. Lo más irritante de todo es esa búsqueda gratuita de provación, que parece haber adquirido el realizador contagiado por colaboradores como David Delfín, cuya prescindible labor en el diseño de vestuario (el cual podía haber sido diseñado por cualquier sastre anónimo), nos sirve para recordarnos las muchas ocasiones en que este joven diseñador de moda ha abrazado lo polícamente incorrecto en defensa de la libertad creativa, jugando sus cartas mediáticas de manera que uno no puede mostrarse crítico ante su trabajo sin ser tachado de intolerante o reaccionario. No es el mejor momento para que Almodóvar practique la transgresión gratuita de sus inicios, sino de poner toda su creatividad al servicio del cine español, ahora que tan necesitado está de talento.
Los amantes pasajeros - Pedro Almodóvar - 2013 [ficha técnica]
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Los amantes pasajeros - Pedro Almodóvar - 2013 [ficha técnica]
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lunes, 22 de abril de 2013
To the Wonder
No le ha sentado bien del todo al cineasta norteamericano Terrence Malick romper con la desesperante cadencia de su labor como director, la que le obligaba a esperar varios lustros antes de completar su siguiente largometraje cinematográfico, pues el breve intervalo de poco más de un año transcurrido entre los estrenos de El árbol de la vida y To the Wonder delata una insuficiencia por parte de Malick a la hora de idear las líneas narrativas del proyecto que tiene entre manos. No es que los veinte años transcurridos entre Días del cielo y La delgada línea roja sean necesariamente los causantes de los méritos de esta última, sino que en tantos años el director tiene tiempo para meditar un relato sin caer en los errores argumentales de su último largometraje. Empezando por la pareja de personajes protagonistas, podríamos admitir el excesivo mutismo del personaje de Neil (Ben Affleck) como algo deliberado, pero la composición que la actriz Olga Kurylenko hace de la pareja de aquél, Marina, resulta mecánica y cargante hasta el exceso, presentándose como una especie de ninfa para el protagonista que no para de bailar y saltar de alegría jugando a ser perseguida por su pareja, y de buscar cierto encanto seductor (y esto es lo peor) mediante un exotismo de trazo grueso, intolerable en un largometraje firmado por alguien de la altura de miras de Terrence Malick. Porque si es ridículo ver a una joven parisina fascinarse por el colorido de las ferias rurales en la América profunda, o por el orden y limpieza de las estanterías de un supermercado americano, más chocante resulta la historia que Marina confiesa al también inmigrante Padre Quitanta (Javier Bardem), en torno a un marido que la dejó abandonada para irse a las Islas Canarias (sic) sin que una intolerante comunidad europea le reconozca la nulidad de su matrimonio, como si la joven procediera de una especie de régimen ultracatólico y encontrara en los Estados Unidos la meca del progresismo. Llegado este punto, no queda claro si el director ha querido referirse a la extranjería de la joven con una irónica mala uva, o en serio ve esto como algo normal en el mundo en que vivimos, más teniendo en cuenta que llega a subrayar todo esto durante los (breves, por suerte) minutos en los que otra joven, esta vez italiana (Romina Mondello), de una manera cargante a más no poder, encarna la conciencia de la protagonista recopilando todos los tópicos de la mujer latina.
No por casualidad, cuando mejor se disfrutan las virtudes de la labor de Malick, así como de todo su equipo técnico habitual (con mención especial a un Emmanuel Lubezki, de nuevo, muy inspirado a la hora de sacar partido fotográfico a su nerviosa steadicam), es en aquellas escenas de transición donde se nos introduce a los protagonistas (en el prólogo, Malick pasa de la cámara doméstica que los propios personajes utilizan, al formato en alta definición que ya no abandonará, dando forma a su historia de manera gradual), o cuando los protagonistas se separan y Marina desaparece de escena, no sólo en los minutos finales, donde vemos con desolación a la joven adentrarse en el oscuro túnel de un aeropuerto, también en el tramo central en el que Neil vive un affair con una rubia americana, Jane (Rachel McAdams), quien dura en escena lo justo para no sacar a relucir también la posible indefinición del personaje, haciendo la química entre los amantes mucho más creíble. Tal vez por ello resultan mucho más notables las ideas visuales que el director y sus colaboradores ponen en pantalla durante esos minutos. Por ejemplo, véase el preámbulo al encuentro con Jane donde bastan unas simples imágenes de un paisaje nevado en lo que parece un duro invierno para remarcar el tiempo transcurrido entre dos segmentos, por no hablar de cómo el director sabe encadenar los improvisados planos de miradas y encuentros entre los personajes para ir dibujando una relación cada vez más íntima entre ambos, sin necesidad de que las palabras nos hablen de ello, como tampoco son necesarias en la que es, sin duda, una de las mejores soluciones visuales de Malick, en el momento en el que Neil confiesa a Jane su pasado sentimental y la necesidad de rehacer su vida junto a su anterior pareja: en lugar de oir una confesión verbal del protagonista, vemos a la mujer entrando en una estancia a oscuras, con un mobiliario extraño, casi aterrador, lo que supone una abstracción de sus pensamientos ante esa revelación. Si Malick hubiera ofrecido la misma firmeza en el fondo que en la forma, estaríamos hablando de una de sus mejores películas.
To the Wonder - Terrence Malick - 2012 [ficha técnica]
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No por casualidad, cuando mejor se disfrutan las virtudes de la labor de Malick, así como de todo su equipo técnico habitual (con mención especial a un Emmanuel Lubezki, de nuevo, muy inspirado a la hora de sacar partido fotográfico a su nerviosa steadicam), es en aquellas escenas de transición donde se nos introduce a los protagonistas (en el prólogo, Malick pasa de la cámara doméstica que los propios personajes utilizan, al formato en alta definición que ya no abandonará, dando forma a su historia de manera gradual), o cuando los protagonistas se separan y Marina desaparece de escena, no sólo en los minutos finales, donde vemos con desolación a la joven adentrarse en el oscuro túnel de un aeropuerto, también en el tramo central en el que Neil vive un affair con una rubia americana, Jane (Rachel McAdams), quien dura en escena lo justo para no sacar a relucir también la posible indefinición del personaje, haciendo la química entre los amantes mucho más creíble. Tal vez por ello resultan mucho más notables las ideas visuales que el director y sus colaboradores ponen en pantalla durante esos minutos. Por ejemplo, véase el preámbulo al encuentro con Jane donde bastan unas simples imágenes de un paisaje nevado en lo que parece un duro invierno para remarcar el tiempo transcurrido entre dos segmentos, por no hablar de cómo el director sabe encadenar los improvisados planos de miradas y encuentros entre los personajes para ir dibujando una relación cada vez más íntima entre ambos, sin necesidad de que las palabras nos hablen de ello, como tampoco son necesarias en la que es, sin duda, una de las mejores soluciones visuales de Malick, en el momento en el que Neil confiesa a Jane su pasado sentimental y la necesidad de rehacer su vida junto a su anterior pareja: en lugar de oir una confesión verbal del protagonista, vemos a la mujer entrando en una estancia a oscuras, con un mobiliario extraño, casi aterrador, lo que supone una abstracción de sus pensamientos ante esa revelación. Si Malick hubiera ofrecido la misma firmeza en el fondo que en la forma, estaríamos hablando de una de sus mejores películas.
To the Wonder - Terrence Malick - 2012 [ficha técnica]
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jueves, 4 de abril de 2013
La noche más oscura
La enésima revisitación del cine bélico/político a cargo de la cineasta Kathryn Bigelow ha sido acogida con bastante más frialdad que su (a mi juicio) sobrevalorado largometraje anterior, lo cual resulta bastante extraño siendo Zero Dark Thirty un film mucho más logrado. Y es que, a pesar de compartir alguna de las limitaciones de En tierra hostil, sobre todo en lo previsibles que resultan ambas películas en momentos donde la directora pretende atrapar al espectador con una malograda tensión (cf. la secuencia del atentado en Camp Chapman en Afganistán), su nuevo largometraje potencia los escasos atractivos de su anterior trabajo. Tal vez la corriente de opinión se ha dejado llevar por las evidentes similitudes que este trabajo para el cine guarda con la célebre (pero muy irregular) serie de televisión Homeland, con la cual no sólo comparte el hecho de que su protagonista femenina trabaja para los servicios de inteligencia norteamericanos y vive obsesionada con evitar todo posible atentado dentro del territorio nacional (de hecho, la palabra "homeland" se repite hasta la saciedad en la versión original de esta película), además es Zero Dark Thirty una película rodada en formato digital con un estilo muy televisivo, que a veces no puede esconder graves carencias de presupuesto.
Todo ello no debería eclipsar las virtudes que tiene aquí el trabajo de Bigelow, quien hilvana un relato cada vez más interesante pese a lo generoso de su metraje, con un guión que no solo desarrolla la acción sino que ofrece las pertinentes preguntas hacia la justificación de la misión de Maya, o a que su trabajo no impida que se sigan cometiendo brutales atentados en todo el mundo, como tampoco podemos ignorar el hecho de que el film ofrece una gran coherencia dentro de la filmografía de su autora. Así, si al final de En tierra hostil veíamos cómo su protagonista se encontraba a sí mismo completamente desubicado en la rutina diaria de un ciudadano americano corriente, Maya (Jessica Chastain) es en Zero Dark Thirty una mujer que vive por y para la acción bélica, pero entendida aquí de una manera más contemplativa, ofreciendo gracias a esto último muchas pistas para ver el conflicto a través de los ojos de la propia cineasta.
Maya es lo más parecido a un alter-ego de Bigelow que podemos encontrar en su cine y, en ese sentido, llama la atención el casi inexistente interés que ésta deposita sobre los rasgos personales de su protagonista: una única vez vemos a la mujer hablar sobre sus asuntos sentimentales con una compañera, Jessica (Jennifer Ehle), y justo cuando ésta última plantea la posibilidad de que las mujeres tengan una aventura con un jefe o un compañero, un brutal atentado (basado en hechos reales acontecidos en el Hotel Marriott de Islamabad) les devuelve a la cruda realidad de su trabajo (más adelante podemos ver que Maya tiene una foto con su amiga como fondo de su pantalla de ordenador, pero esta imagen dura una fracción de segundo). Ello no impide que adivinemos en Maya la mirada de la autora del film, siendo ésta una mujer, como ha demostrado en casi todas sus películas, que profesa una ambigua admiración hacia los individuos del otro sexo, moviéndose entre el desprecio y la simpatía, sobre todo cuando estos se desenvuelven dentro de un ambiente tan varonil e impetuoso, a la vez que frívolo y descerebrado, como es el ejercito. De ahí que en los tensos minutos previos al asalto final veamos justo esa mirada en la protagonista de la ficción, mientras que durante la incursión del ejercito se lleve a cabo un minucioso y muy creíble trabajo de recreación del asalto, y es que es ahora la directora la que mira con dignidad y respeto a sus compañeros. En consonancia con todo esto, resulta muy dramático y desolador el plano final con las lágrimas de Maya, cuando un compañero bromea preguntando a dónde quiere que la lleve, y ella sabe que, una vez cumplida su misión, su propia vida ya no tiene sentido.
Zero Dark Thirty - Kathryn Bigelow - 2012 [ficha técnica] ... leer más
Todo ello no debería eclipsar las virtudes que tiene aquí el trabajo de Bigelow, quien hilvana un relato cada vez más interesante pese a lo generoso de su metraje, con un guión que no solo desarrolla la acción sino que ofrece las pertinentes preguntas hacia la justificación de la misión de Maya, o a que su trabajo no impida que se sigan cometiendo brutales atentados en todo el mundo, como tampoco podemos ignorar el hecho de que el film ofrece una gran coherencia dentro de la filmografía de su autora. Así, si al final de En tierra hostil veíamos cómo su protagonista se encontraba a sí mismo completamente desubicado en la rutina diaria de un ciudadano americano corriente, Maya (Jessica Chastain) es en Zero Dark Thirty una mujer que vive por y para la acción bélica, pero entendida aquí de una manera más contemplativa, ofreciendo gracias a esto último muchas pistas para ver el conflicto a través de los ojos de la propia cineasta.
Maya es lo más parecido a un alter-ego de Bigelow que podemos encontrar en su cine y, en ese sentido, llama la atención el casi inexistente interés que ésta deposita sobre los rasgos personales de su protagonista: una única vez vemos a la mujer hablar sobre sus asuntos sentimentales con una compañera, Jessica (Jennifer Ehle), y justo cuando ésta última plantea la posibilidad de que las mujeres tengan una aventura con un jefe o un compañero, un brutal atentado (basado en hechos reales acontecidos en el Hotel Marriott de Islamabad) les devuelve a la cruda realidad de su trabajo (más adelante podemos ver que Maya tiene una foto con su amiga como fondo de su pantalla de ordenador, pero esta imagen dura una fracción de segundo). Ello no impide que adivinemos en Maya la mirada de la autora del film, siendo ésta una mujer, como ha demostrado en casi todas sus películas, que profesa una ambigua admiración hacia los individuos del otro sexo, moviéndose entre el desprecio y la simpatía, sobre todo cuando estos se desenvuelven dentro de un ambiente tan varonil e impetuoso, a la vez que frívolo y descerebrado, como es el ejercito. De ahí que en los tensos minutos previos al asalto final veamos justo esa mirada en la protagonista de la ficción, mientras que durante la incursión del ejercito se lleve a cabo un minucioso y muy creíble trabajo de recreación del asalto, y es que es ahora la directora la que mira con dignidad y respeto a sus compañeros. En consonancia con todo esto, resulta muy dramático y desolador el plano final con las lágrimas de Maya, cuando un compañero bromea preguntando a dónde quiere que la lleve, y ella sabe que, una vez cumplida su misión, su propia vida ya no tiene sentido.
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viernes, 22 de marzo de 2013
El vuelo
Una prueba incuestionable de la afición que el cineasta norteamericano Robert Zemeckis sigue profesando por el "cine espectáculo" la tenemos en la aparatosa secuencia que origina buena parte de la trama de su último trabajo, la del grave percance aéreo que su protagonista, el piloto comercial Whip Whitaker (Denzel Washington), convierte en un aterrizaje forzoso en el que consigue salvar la vida a casi todos los pasajeros. No obstante, hay tal vez otra menos evidente en la escena inicial en la que vemos a la compañera laboral y sentimental del protagonista, la azafata Katerina Marquez (Nadine Velazquez), pasearse con resaca y completamente desnuda, entrando y saliendo de plano, momento que el director también aprovecha para causar en el espectador, mediante la insultante desnudez de la joven, el mismo impacto que consigue durante el citado accidente aéreo. El desconcierto logrado durante esta presentación, como veremos más adelante, no es gratuito, y tiene mucho sentido al describir la personalidad de Whip: el hombre no sólo es un vividor entregado a las drogas y al alcohol, sino que venera la superficial belleza de una espectacular mujer tan adicta a todo tipo de drogas como él. El vuelo es una película arriesgada en casi todo su metraje, al desafiar al espectador más conservador haciendo que su discurso se sostenga sobre una idea muy incorrecta políticamente: la del hombre que con sus decisiones ha salvado la vida a cien personas, y lo ha hecho a pesar de haber consumido previamente todo tipo de drogas o, lo que es peor, lo ha conseguido precisamente gracias a ello. En ese sentido, Zemeckis no se conforma con no juzgar al personaje, sino que parece situarse de su lado, sobre todo en contraposición a la irracional moral de los que le rodean, como a la de ese copiloto tímido que, una vez despierta del coma en el que entra tras el vuelo, se presenta como un creyente cristiano fanático y peligrosamente parcial.
El director, en otra de las secuencias climáticas del film (ésta sí, mucho más contenida) incluso llega a transmitir al espectador el síndrome de abstinencia de su protagonista, en el momento en el que sus colegas lo aíslan en la habitación de un hotel, con el minibar sin una gota de alcohol, y a sugerir inmediatamente después que es la combinación de alcohol y cocaína lo que hace que su personaje se presente como alguien enormemente sereno ante las situaciones límite. Por todo ello, no cabe más que lamentar el tramo final de El vuelo, donde el guionista John Gatins da al traste con todo este discurso a contracorriente, y entrega a su personaje a un pasaje de redención y confesión de culpa, incluyendo una nada creíble conciliación con un hijo adolescente al que hemos visto enfrentado pocos minutos antes. Sin embargo, el film deparará un último instante de ambigüedad, en el plano final, cuando precisamente su hijo le pregunte, literalmente, "quién es" y Whip permanezca pensativo, con el ruido de un avión de fondo, el mismo ruido presente cada vez que el personaje se ha entregado de manera desenfrenada a las drogas, acaso sugiriendo que su conversión final no es más que una máscara, y la transgresión sigue, amenazante, en la naturaleza del personaje.
Flight - Robert Zemeckis - 2012 [ficha técnica]
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El director, en otra de las secuencias climáticas del film (ésta sí, mucho más contenida) incluso llega a transmitir al espectador el síndrome de abstinencia de su protagonista, en el momento en el que sus colegas lo aíslan en la habitación de un hotel, con el minibar sin una gota de alcohol, y a sugerir inmediatamente después que es la combinación de alcohol y cocaína lo que hace que su personaje se presente como alguien enormemente sereno ante las situaciones límite. Por todo ello, no cabe más que lamentar el tramo final de El vuelo, donde el guionista John Gatins da al traste con todo este discurso a contracorriente, y entrega a su personaje a un pasaje de redención y confesión de culpa, incluyendo una nada creíble conciliación con un hijo adolescente al que hemos visto enfrentado pocos minutos antes. Sin embargo, el film deparará un último instante de ambigüedad, en el plano final, cuando precisamente su hijo le pregunte, literalmente, "quién es" y Whip permanezca pensativo, con el ruido de un avión de fondo, el mismo ruido presente cada vez que el personaje se ha entregado de manera desenfrenada a las drogas, acaso sugiriendo que su conversión final no es más que una máscara, y la transgresión sigue, amenazante, en la naturaleza del personaje.
Flight - Robert Zemeckis - 2012 [ficha técnica]
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jueves, 14 de febrero de 2013
Django desencadenado
Más allá de la inclusión en la banda sonora de algunos temas extraídos de la trastienda del spaghetti western (por ejemplo, y sin ir más lejos, la canción compuesta por Luis Bacalov para el film de Sergio Corbucci Django, que abre el film), y como era de esperar, no hay en Django desencadenado más referencia a las películas de vaqueros queridas por Quentin Tarantino que las que el realizador nos viene ofreciendo, sobre todo, desde Kill Bill vol. I. De hecho, el de Knoxville está tan imbuido en la devoción hacia sus supuestos modelos cinematográficos que empieza a ser mucho más cómodo encontrar los antecedentes a sus caprichos audiovisuales dentro de su propia filmografía que en la de los directores que, supuestamente, está homenajeando, copiando o parodiando (que cada cual elija el gerundio que le parezca más apropiado). Uno de los problemas que este peculiar western encuentra en su primera hora de metraje estriba en que el propio realizador, sólo o con la ayuda de un poco experto Fred Raskin en las labores de montaje (en sustitución de Sally Menke, inseparable colaboradora hasta su fallecimiento en 2010), parece empeñado en ofrecer al espectador, no las decisiones audiovisuales más adecuadas para el relato narrado, sino los zooms, travellings y cortes que el espectador espera encontrar en un estreno de este tipo. Con todo, el cineasta se aprovecha del efectismo que esto le ofrece para que su film no resulte aburrido, a pesar de sus excesos, durante el largo tramo introductorio donde se describe el primer encuentro entre el caza-recompensas alemán King Schultz (Christoph Waltz) y el esclavo afroamericano Django (Jamie Foxx), y cómo éste se va formando como infalible y sanguinario pistolero tomando a Schultz como mentor.
Pero, como ya demostró en Malditos bastardos, donde Tarantino demuestra verdaderamente su valía como narrador cinematográfico es en las largas secuencias, desarrolladas a partir de elaborados diálogos. Por ello, toda la parte central del film, que coincide con la aparición del personaje de Calvin Candie, interpretado por Leonardo DiCaprio (asimismo, alguien más esforzado en encajar como "actor de Tarantino" que en buscar credibilidad para su personaje), se va haciendo cada vez más interesante en sí misma considerada, sin necesidad de buscar referencias a terceros, hasta culminar en el largo segmento de la cena en la mansión de Candie, donde el director, apoyado en magníficas intervenciones como la de un Samuel L. Jackson (éste sí) completamente entregado a su personaje, sabe contener con destreza la tensión del momento en beneficio de la narración. No en vano, estas situaciones culminan en un nuevo e hiper-violento pasaje con armas de fuego, no exento de subrayados y golpes de efecto, que sin embargo ahora funciona a otro nivel, acaso por ofrecer un estallido lógico a todo el suspense acumulado.
Por último, apuntar la vuelta de Tarantino como actor dirigido por sí mismo, en el preámbulo de lo que supondrá el tramo final de su película. Allí, vemos a su personaje portando unos cartuchos de dinamita poco antes de ser disparado por el protagonista haciendo que el pobre hombre estalle de manera cómica. Viendo que, a partir de aquí, la película recuperará, e incluso superará, la locura pirotécnica del primer tramo, no cuesta ver en la desaparición de Tarantino como personaje una metáfora del director desintegrándose a todos los niveles para dejar de ejercer la labor de alguien que puede ser, si se lo propone, el mejor en su oficio, y permitir que su cine se entregue a la locura que esperan sus seguidores.
Django Unchained - Quentin Tarantino - 2012 [ficha técnica] ... leer más
Pero, como ya demostró en Malditos bastardos, donde Tarantino demuestra verdaderamente su valía como narrador cinematográfico es en las largas secuencias, desarrolladas a partir de elaborados diálogos. Por ello, toda la parte central del film, que coincide con la aparición del personaje de Calvin Candie, interpretado por Leonardo DiCaprio (asimismo, alguien más esforzado en encajar como "actor de Tarantino" que en buscar credibilidad para su personaje), se va haciendo cada vez más interesante en sí misma considerada, sin necesidad de buscar referencias a terceros, hasta culminar en el largo segmento de la cena en la mansión de Candie, donde el director, apoyado en magníficas intervenciones como la de un Samuel L. Jackson (éste sí) completamente entregado a su personaje, sabe contener con destreza la tensión del momento en beneficio de la narración. No en vano, estas situaciones culminan en un nuevo e hiper-violento pasaje con armas de fuego, no exento de subrayados y golpes de efecto, que sin embargo ahora funciona a otro nivel, acaso por ofrecer un estallido lógico a todo el suspense acumulado.
Por último, apuntar la vuelta de Tarantino como actor dirigido por sí mismo, en el preámbulo de lo que supondrá el tramo final de su película. Allí, vemos a su personaje portando unos cartuchos de dinamita poco antes de ser disparado por el protagonista haciendo que el pobre hombre estalle de manera cómica. Viendo que, a partir de aquí, la película recuperará, e incluso superará, la locura pirotécnica del primer tramo, no cuesta ver en la desaparición de Tarantino como personaje una metáfora del director desintegrándose a todos los niveles para dejar de ejercer la labor de alguien que puede ser, si se lo propone, el mejor en su oficio, y permitir que su cine se entregue a la locura que esperan sus seguidores.
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martes, 5 de febrero de 2013
Amor
Cuesta imaginar una manera más brillante y sencilla de arrancar un largometraje como Amour que el modo en el que lo hace el realizador Michael Haneke: unos personajes, al parecer en representación de la autoridad, irrumpen en el domicilio que será el escenario principal de casi todo el relato, y lo hacen forzando la puerta de la entrada. La audiencia se introduce en el relato de manera violenta y siendo desde el principio un intruso en las vidas de los personajes, sobre todo si se tiene en cuenta que Haneke filmará a continuación a los protagonistas, el anciano Georges (Jean-Louis Trintignant) y su esposa Anne (Emmanuelle Riva), en un trayecto en autobús que va desde la multitud de la vida pública (primero casi imperceptibles en medio del abarrotado patio de butacas de un concierto de piano, y después haciendo cola para saludar al músico principal) hasta el aislamiento que les ofrece el hogar donde transcurrirá el resto de la acción, donde los personajes se guardarán precisamente del mundo exterior al que pertenecen los espectadores. Más adelante veremos que ni siquiera esta idea tan directa carece de ambigüedad, en uno de tantos detalles que hacen que Amour sea una de las películas más difíciles del ya por sí exigente cineasta austriaco: el director finge concebir su película como un enorme flashback de la citada secuencia de apertura, donde los personajes encuentran a la mujer muerta en su lecho, con lo que esperamos que el relato vaya a desvelarnos qué ocurrió antes; sin embargo, las últimas imágenes no guardan una conexión directa con este hecho, siendo otro personaje, muy cercano a los protagonistas, el que entra en la casa encontrándola vacía, mientras que en la primera llegada de los protagonistas a su casa aluden a que la cerradura ha sido forzada y nunca sabremos por quién, ¿se refieren en realidad a lo que hemos visto anteriormente? ¿a qué plano temporal pertenecen realmente los fragmentos de lo que nos cuenta Haneke?
Al margen de esta indeterminación, una diferencia entre el relato de este film y muchos de los que ha realizado Haneke recientemente, y que lo hace, si cabe, más dramático y desolador que sus antecesores, es que no se construye sobre un escenario hipotético (Los tiempos del lobo) o pretérito (La cinta blanca), ni sobre personajes insólitos (La pianista) o situaciones poco verosímiles (Caché), sino sobre un problema tan brutalmente cotidiano e irremediable como la senectud. De este modo, el director pone a prueba al espectador interrogándole, no ya sobre el papel que ocupa un determinado estrato social (Haneke vuelve a fijarse en esa nueva burguesía progresista y de refinado gusto cultural, a la que pertenece probablemente el grueso de su público), sino sobre cosas tan fuera de su alcance como el sinsentido de las convenciones sociales ante la crueldad de la naturaleza contra el ser humano. Buena parte de las decisiones que los protagonistas tomarán una vez que deciden aislarse en su domicilio (un escenario que es casi el tercer protagonista del film) proceden de su temor a la sociedad que les acecha en el mundo exterior. Después de la tierna, pero no menos dramática, escena en la que George ve cómo su mujer no reacciona ante sus palabras y después no recuerda nada de lo ocurrido, es la decisión de aquél de llevarla a ver a un médico lo que provocará la parálisis parcial que empezará a degenerar el cuerpo de la mujer, tras lo cual ella pide a su marido que no vuelva a llevarla a un hospital. A partir de ahí, la relación con los invitados que los personajes reciben será cada vez más amarga (no es necesario remontarse al desagradable momento en el que George despide a una enfermera arrogante y maleducada, es suficiente con comprobar como el imberbe pianista que una vez fue alumno de la mujer no entiende absolutamente nada del mundo de los ancianos), al tiempo que el relato ofrecerá varias maneras de abandonar la estancia pero nunca materialmente, aunque esto siempre suponga un importante aporte al discurso del film: véase el terrorífico sueño en el que George cruza los límites de su puerta andando sobre un suelo encharcado, y en el que es asfixiado por la mano de alguien que está a sus espaldas; la vez que éste vuelve a casa tras ir al funeral de un conocido, momento en el que cuenta a su esposa la lamentable escena vivida allí, o el momento en el que vemos una serie de bellos paisajes que, para colmo, no son más que los cuadros que los personajes tienen en la casa. Después de este último intento desesperado por recuperar la belleza en medio de la más absoluta miseria, Haneke no tendrá más remedio que filmar la atroz interpretación que George hará del amor.
Amour - Michael Haneke - 2012 [ficha técnica] ... leer más
Al margen de esta indeterminación, una diferencia entre el relato de este film y muchos de los que ha realizado Haneke recientemente, y que lo hace, si cabe, más dramático y desolador que sus antecesores, es que no se construye sobre un escenario hipotético (Los tiempos del lobo) o pretérito (La cinta blanca), ni sobre personajes insólitos (La pianista) o situaciones poco verosímiles (Caché), sino sobre un problema tan brutalmente cotidiano e irremediable como la senectud. De este modo, el director pone a prueba al espectador interrogándole, no ya sobre el papel que ocupa un determinado estrato social (Haneke vuelve a fijarse en esa nueva burguesía progresista y de refinado gusto cultural, a la que pertenece probablemente el grueso de su público), sino sobre cosas tan fuera de su alcance como el sinsentido de las convenciones sociales ante la crueldad de la naturaleza contra el ser humano. Buena parte de las decisiones que los protagonistas tomarán una vez que deciden aislarse en su domicilio (un escenario que es casi el tercer protagonista del film) proceden de su temor a la sociedad que les acecha en el mundo exterior. Después de la tierna, pero no menos dramática, escena en la que George ve cómo su mujer no reacciona ante sus palabras y después no recuerda nada de lo ocurrido, es la decisión de aquél de llevarla a ver a un médico lo que provocará la parálisis parcial que empezará a degenerar el cuerpo de la mujer, tras lo cual ella pide a su marido que no vuelva a llevarla a un hospital. A partir de ahí, la relación con los invitados que los personajes reciben será cada vez más amarga (no es necesario remontarse al desagradable momento en el que George despide a una enfermera arrogante y maleducada, es suficiente con comprobar como el imberbe pianista que una vez fue alumno de la mujer no entiende absolutamente nada del mundo de los ancianos), al tiempo que el relato ofrecerá varias maneras de abandonar la estancia pero nunca materialmente, aunque esto siempre suponga un importante aporte al discurso del film: véase el terrorífico sueño en el que George cruza los límites de su puerta andando sobre un suelo encharcado, y en el que es asfixiado por la mano de alguien que está a sus espaldas; la vez que éste vuelve a casa tras ir al funeral de un conocido, momento en el que cuenta a su esposa la lamentable escena vivida allí, o el momento en el que vemos una serie de bellos paisajes que, para colmo, no son más que los cuadros que los personajes tienen en la casa. Después de este último intento desesperado por recuperar la belleza en medio de la más absoluta miseria, Haneke no tendrá más remedio que filmar la atroz interpretación que George hará del amor.
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domingo, 27 de enero de 2013
Lincoln
Cuando Steven Spielberg desarrolló en su fascinante War Horse una especie de ensayo sobre las posibilidades dramáticas del lenguaje cinematográfico, que resultó ser uno de los ejemplos de cine en estado puro más claros de toda su trayectoria, no hacía sino ofrecer una consecuencia lógica a lo que su filmografía ha venido significando en las últimas décadas, esto es, una transición hacia la madurez profesional sustentada sobre un refinado gusto por la narración en imágenes. Es por ello que su siguiente largometraje como realizador, Lincoln, no es sólo un extraño giro dentro de esta progresión, sino una manifiesta rareza dentro de su filmografía. Y es que nunca hasta ahora el realizador norteamericano había confiado en semejante medida su cine al uso del diálogo, hasta el punto de que no faltará quien vea en Lincoln un ejemplo de ese aberrante oxímoron que es el "teatro filmado". Cierto es que a estas alturas el otrora conocido como Rey Midas de Hollywood ha logrado una destreza como realizador cinematográfico que no puede ocultar (buena parte de las secuencias de Lincoln parten de elegantes tomas largas que se disuelven mediante el montaje clásico, y no faltan en la película notables fragmentos silentes o con voz en off), pero sí que es cierto que hay mucho de la tradición teatral en la cuidada escenografía elaborada alrededor del carismático presidente americano: desde el diseño de producción concebido minuciosamente por Rick Carter (un tradicional colaborador de Spielberg) hasta un elenco de actores procedentes, en su gran mayoría, del teatro que se pronuncian con enorme credibilidad a favor y en contra de los ideales del personaje encarnado con solvencia por un Daniel Day-Lewis esforzado por ocultar su acento. En contra de lo que cabría esperar, la recreación que ofrece el conjunto no es, en absoluto, artificial, y es significativo, de hecho, que la súbita aparición de un actor conocido por la audiencia y con la marcada presencia de Tommy Lee Jones en el primer cuarto de metraje suponga una grieta dentro del ambiente decimonónico expuesto hasta el momento.
Por otro lado, sorprende que un enemigo de la elipsis como Spielberg, cuyas películas suelen sufrir su obsesión por querer contarlo absolutamente todo sobre un tema, haya decidido, precisamente en Lincoln (que se prestaba a ser un extenso biopic), conformarse con un guión como el de Tony Kushner, centrado más en la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que en el personaje que da nombre al film, resultando un relato casi exclusivamente enfocado, más que en cualquier otra preocupación del presidente, en la carrera contrarreloj del equipo de Lincoln por conseguir la abolición de la esclavitud, sabedor de que ésta conseguiría el apoyo de un pueblo que veía en ello el fin de la Guerra de Secesión, pero que temía perder su estatus social cuando los negros se incorporaran al mundo laboral. Es por ello que el mayor (si no el único) problema del film es que, una vez resuelta esta trama en la climática secuencia de los votos a favor y en contra del manifiesto en la Cámara de Representantes (cuyo elegante sentido del humor es también una culminación del tono expuesto hasta ese momento), la historia queda huérfana de un hilo conductor sólido al que el espectador pueda agarrarse. Por más que hasta ese momento la narración de Lincoln logra adherir a la trama central otros aspectos históricos conocidos (la mujer del presidente que no pudo superar la muerte de uno de sus hijos por fiebre tifoidea; la frustración del primogénito del matrimonio Lincoln por no poder participar en la guerra, o las duras consecuencias que ésta tuvo para la población americana), finalizado el bloque principal del film sólo veremos una serie de secuencias brillantemente ejecutadas pero que funcionan como un prescindible apéndice para lo contado anteriormente.
Lincoln - Steven Spielberg - 2012 [ficha técnica] ... leer más
Por otro lado, sorprende que un enemigo de la elipsis como Spielberg, cuyas películas suelen sufrir su obsesión por querer contarlo absolutamente todo sobre un tema, haya decidido, precisamente en Lincoln (que se prestaba a ser un extenso biopic), conformarse con un guión como el de Tony Kushner, centrado más en la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que en el personaje que da nombre al film, resultando un relato casi exclusivamente enfocado, más que en cualquier otra preocupación del presidente, en la carrera contrarreloj del equipo de Lincoln por conseguir la abolición de la esclavitud, sabedor de que ésta conseguiría el apoyo de un pueblo que veía en ello el fin de la Guerra de Secesión, pero que temía perder su estatus social cuando los negros se incorporaran al mundo laboral. Es por ello que el mayor (si no el único) problema del film es que, una vez resuelta esta trama en la climática secuencia de los votos a favor y en contra del manifiesto en la Cámara de Representantes (cuyo elegante sentido del humor es también una culminación del tono expuesto hasta ese momento), la historia queda huérfana de un hilo conductor sólido al que el espectador pueda agarrarse. Por más que hasta ese momento la narración de Lincoln logra adherir a la trama central otros aspectos históricos conocidos (la mujer del presidente que no pudo superar la muerte de uno de sus hijos por fiebre tifoidea; la frustración del primogénito del matrimonio Lincoln por no poder participar en la guerra, o las duras consecuencias que ésta tuvo para la población americana), finalizado el bloque principal del film sólo veremos una serie de secuencias brillantemente ejecutadas pero que funcionan como un prescindible apéndice para lo contado anteriormente.
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sábado, 19 de enero de 2013
The Master
El hecho de que para el guión de The Master Paul Thomas Anderson haya incluido ideas de los primeros borradores de There will be blood hace que ambas películas constituyan un singular díptico dentro de la filmografía del autor californiano. Es como si hubiera dejado aparcados (ya veremos si de manera definitiva, pues nada se sabe de sus siguientes proyectos) a los personajes anónimos y/o perdedores de sus anteriores largometrajes para centrarse en el tipo de hombres que cambiaron la historia reciente de su país. Sin desmerecer las excelentes cualidades que las dos películas tienen por separado, hay que reconocer que ambas se complementan y se potencian si se las considera en conjunto, estableciéndose entre ellas, cuanto menos, un impecable juego de espejos entre sus personajes, narrando en ambas la vida de dos hombres seglares, el Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) de There will be blood y el Freddie Quell (Joaquin Phoenix) de The Master, y la relación de éstos con dos individuos de sospechosas creencias religiosas, respectivamente Eli Sunday (Paul Dano) y Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman). Plainview, alguien movido únicamente por la ambición, con innatas cualidades para ascender al poder, es un negativo de Quell, personaje sin ningún tipo de habilidad, bebedor empedernido de los brebajes que él mismo prepara, y cegado completamente por sus instintos sexuales. Es por ello que la relación con sus antagonistas religiosos está también completamente invertida: mientras que Plainview se consideraba a la altura de Sunday durante todo el relato, hasta llegar a aplastarlo, literalmente, al final de There will be blood, Quell es un juguete en manos del soberbio Dodd, a quien aquél mira con fascinación. Es como si Anderson, que dejó la Historia americana poco antes del crac del 29, la hubiera retomado después de la Segunda Guerra Mundial encontrándose con un ciudadano americano desorientado, ansioso de creencias y de drogas que le evadan de la realidad.
Con todo, el director dedica una presentación al protagonista de The Master que no desmerece al silente prólogo de su anterior film. De Anderson, quien por primera vez en su carrera prescinde de Robert Elswit, su habitual director de fotografía, no se puede decir que haya perdido con la colaboración del rumano Mihai Malaimare Junior. Desde los primeros fotogramas, el trabajo de Malaimare constituye un elemento vital en la caligrafía de Anderson, rescatando el formato de 65mm, que ha estado en desuso durante casi dos décadas, y utilizando angulares para la mayoría de las tomas. Las imágenes de Malaimare casi nos remiten al cine de Terrence Malick, de no ser porque Anderson es mucho más explícito y controvertido, y no tardará en recordárnoslo: ya al principio vemos como el joven soldado Quell finge copular y manosear, de forma soez, a una mujer de barro que sus compañeros han moldeado en la playa, para después recostarse junto a ella de manera apaciguada, definiendo un plano al que Anderson volverá después recurrentemente; poco después el protagonista flirteará con una bella joven (trabaja, literalmente, como maniquí) que no tardará en mostrar una desnudez aberrante para el espectador pero ideal para la mente trastornada de Quell, cuando le enseña su descompensado vientre después de que éste la emborrache con uno de sus cócteles; es con una de estas bebidas con las que Quell mata a un anciano al que le ofrece un trago, lo que desencadena la huida del protagonista que finalmente le llevará hasta una embarcación en la que se encontrará con Dodd y su secta "La Causa" (la imagen nocturna del barco por debajo del Golden Gate es uno de los planos más hermosos que ha dado el cine americano en muchos años), momento en el que, realmente, Anderson "empieza" su película.
A partir de aquí, el director se apoyará en las sobresalientes interpretaciones de Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman, quienes desarrollan dos labores interpretativas completamente opuestas (véase la distancia entre uno y otro rol en la escena de la carcel), rayando la perfección en ambos casos. Anderson expondrá hasta la extenuación la relación entre dos hombres que se profesan una hipócrita admiración, y que son muy similares en el fondo. Por más que Dodd se considere un mesías y vea a Quell como un pobre descarriado, hay momentos como el fascinante número musical en el que, de repente, todas las mujeres en escena aparecen completamente desnudas, donde dudamos si se nos muestran las cosas desde el punto de vista de Quell, o desde la no menos obscena mirada de su mentor (la igualmente impactante escena siguiente, protagonizada por el líder y su esposa, nos hacen sospechar lo segundo). The Master niega cualquier tipo de complacencia a sus espectadores, al introducirlos sin miramientos en el proceso de conversión que Dodd pretende aplicar sobre Quell, sin concesiones. Hay larguísimos montajes de secuencias, como el de la terapia en la que, entre otras cosas, Quell camina con los ojos cerrados, una y otra vez, entre la pared y la ventana de una habitación, en los que el director pone a prueba la paciencia del espectador con el fin de reflejar lo absurdo del método de la secta: al completar dicha terapia, "El Maestro" da a su pupilo un indulgente abrazo, como si hubiera completado con éxito la manipulación... cuando todos hemos visto que el joven sigue teniendo las mismas sensaciones que al principio. Es ésta, en cierto modo, una particularización de lo que es el grueso del relato: al final, Quell no habrá aprendido nada importante de su maestro, más allá de aplicar sus técnicas de terapia para encandilar a una joven con la que tendrá sexo algo más convencional, por más que para él no sea nada más que la mujer de barro del principio. Si Paul Thomas Anderson ofrecía en su anterior largometraje una mirada brutal del hombre moderno, en The Master su idea es, si cabe, más patética, al mostrarlo desvalido, errático, perverso e inútil.
The Master - Paul Thomas Anderson - 2012 [ficha técnica] ... leer más
Con todo, el director dedica una presentación al protagonista de The Master que no desmerece al silente prólogo de su anterior film. De Anderson, quien por primera vez en su carrera prescinde de Robert Elswit, su habitual director de fotografía, no se puede decir que haya perdido con la colaboración del rumano Mihai Malaimare Junior. Desde los primeros fotogramas, el trabajo de Malaimare constituye un elemento vital en la caligrafía de Anderson, rescatando el formato de 65mm, que ha estado en desuso durante casi dos décadas, y utilizando angulares para la mayoría de las tomas. Las imágenes de Malaimare casi nos remiten al cine de Terrence Malick, de no ser porque Anderson es mucho más explícito y controvertido, y no tardará en recordárnoslo: ya al principio vemos como el joven soldado Quell finge copular y manosear, de forma soez, a una mujer de barro que sus compañeros han moldeado en la playa, para después recostarse junto a ella de manera apaciguada, definiendo un plano al que Anderson volverá después recurrentemente; poco después el protagonista flirteará con una bella joven (trabaja, literalmente, como maniquí) que no tardará en mostrar una desnudez aberrante para el espectador pero ideal para la mente trastornada de Quell, cuando le enseña su descompensado vientre después de que éste la emborrache con uno de sus cócteles; es con una de estas bebidas con las que Quell mata a un anciano al que le ofrece un trago, lo que desencadena la huida del protagonista que finalmente le llevará hasta una embarcación en la que se encontrará con Dodd y su secta "La Causa" (la imagen nocturna del barco por debajo del Golden Gate es uno de los planos más hermosos que ha dado el cine americano en muchos años), momento en el que, realmente, Anderson "empieza" su película.
A partir de aquí, el director se apoyará en las sobresalientes interpretaciones de Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman, quienes desarrollan dos labores interpretativas completamente opuestas (véase la distancia entre uno y otro rol en la escena de la carcel), rayando la perfección en ambos casos. Anderson expondrá hasta la extenuación la relación entre dos hombres que se profesan una hipócrita admiración, y que son muy similares en el fondo. Por más que Dodd se considere un mesías y vea a Quell como un pobre descarriado, hay momentos como el fascinante número musical en el que, de repente, todas las mujeres en escena aparecen completamente desnudas, donde dudamos si se nos muestran las cosas desde el punto de vista de Quell, o desde la no menos obscena mirada de su mentor (la igualmente impactante escena siguiente, protagonizada por el líder y su esposa, nos hacen sospechar lo segundo). The Master niega cualquier tipo de complacencia a sus espectadores, al introducirlos sin miramientos en el proceso de conversión que Dodd pretende aplicar sobre Quell, sin concesiones. Hay larguísimos montajes de secuencias, como el de la terapia en la que, entre otras cosas, Quell camina con los ojos cerrados, una y otra vez, entre la pared y la ventana de una habitación, en los que el director pone a prueba la paciencia del espectador con el fin de reflejar lo absurdo del método de la secta: al completar dicha terapia, "El Maestro" da a su pupilo un indulgente abrazo, como si hubiera completado con éxito la manipulación... cuando todos hemos visto que el joven sigue teniendo las mismas sensaciones que al principio. Es ésta, en cierto modo, una particularización de lo que es el grueso del relato: al final, Quell no habrá aprendido nada importante de su maestro, más allá de aplicar sus técnicas de terapia para encandilar a una joven con la que tendrá sexo algo más convencional, por más que para él no sea nada más que la mujer de barro del principio. Si Paul Thomas Anderson ofrecía en su anterior largometraje una mirada brutal del hombre moderno, en The Master su idea es, si cabe, más patética, al mostrarlo desvalido, errático, perverso e inútil.
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lunes, 14 de enero de 2013
Lo mejor de 2012
Como otros años, no me siento en condiciones de dar una lista con mis favoritas del año, no porque piense que no he visto buen cine, sino porque considero que no he visto suficientes películas. Me limitaré a destacar tímidamente los siguientes cinco títulos entre los que he visto, más o menos en este orden: Elena, Mátalos Suavemente, The Deep Blue Sea, Moonrise Kingdom y J. Edgar. Hago esto sospechando que se trata de una lista provisional susceptible de cambiar en cuanto me ponga al día (si es que el tiempo me lo permite) recuperando el montón de títulos destacados por la crítica que me he perdido este año.
Actualización 10 de febrero de 2013: Incluyo las listas de Fotogramas, incluyendo los votos de todos sus críticos.
Como de costumbre, pondré las listas más relevantes que he podido recopilar, incluyendo las votaciones individuales de los críticos de Caimán Cuadernos de Cine, Miradas de Cine y(cuando estén publicadas) Fotogramas.
Listas
Caimán Cuadernos de Cine:
Votos individuales
Caimán Cuadernos de Cine:
Miradas de cine:
Fotogramas:
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Actualización 10 de febrero de 2013: Incluyo las listas de Fotogramas, incluyendo los votos de todos sus críticos.
Como de costumbre, pondré las listas más relevantes que he podido recopilar, incluyendo las votaciones individuales de los críticos de Caimán Cuadernos de Cine, Miradas de Cine y
Listas
Caimán Cuadernos de Cine:
- Holy motors
- The Deep Blue Sea
- The Turin Horse
- Casa de tolerancia
- Cosmopolis
- Take shelter
- Declaración de guerra
- Las malas hierbas
- Moonrise Kingdom
- Fausto
- Los descendientes
- Margaret
- En la casa
- Mátalos suavemente
- La cueva de los sueños olvidados
- Blancanieves
- Los muppets
- Diamond Flash
- Martes, después de Navidad
- The Yellow Sea
- Aurora, un asesino muy común
- Skyfall
- Holy motors
- The Deep Blue Sea
- Cosmopolis
- Shame
- The Turin Horse
- Take shelter
- Casa de tolerancia
- Los descendientes
- La cueva de los sueños olvidados
- Mátalos suavemente
- Películas en lengua extranjera (dobladas, por desgracia, en el reportaje emitido en TVE):
- Películas en castellano (entre las que se cuela la última de Trueba, en francés):
- Holy motors
- Take shelter
- The Deep Blue Sea
- Casa de tolerancia
- Cosmopolis
- Moonrise Kingdom
- The Turin Horse
- Declaración de guerra
- Las malas hierbas
- La invención de Hugo
- Los descendientes
- Un amour de jeunesse
- Blancanieves
- En la casa
- Fausto
- Desmadre de padre
- Outrage
- Mátalos suavemente
- Skyfall
- El caballero oscuro: La leyenda renace
- Españolas
- Extranjeras
- The master
- Tabu
- Amour
- Holy motors
- Beasts of the Southern Wild
Berberian Sound Studio - Moonrise Kingdom
- Beyond the Hills
- Cosmopolis
Once upon a time in Anatolia
Esto no es una película
- Holy motors
- Cosmopolis
- Twixt
- 4:44 Last day on earth
In another country
Take shelter - Go go tales
- Tabu
- Fausto
- Keep the lights on
Votos individuales
Caimán Cuadernos de Cine:
Crítico | Favoritas | Invisibles |
Gerard Alonso I Cassadó | ||
Asier Aranzubia | ||
Fran Benavente |
| |
Javier H. Estrada | ||
Carlos F. Heredero | ||
José Antonio Hurtado | ||
Eulàlia Iglesias | ||
José Manuel López | ||
Carlos Losilla | ||
José Enrique Monterde | ||
Gonzalo de Pedro |
| |
Jaime Pena | ||
Àngel Quintana | ||
Carlos Reviriego | ||
Antonio Santamarina |
Miradas de cine:
Crítico | Favoritas | Sobrevaloradas |
Carlos A. Sambricio | ||
Roberto Alcover Oti | ||
Ramón Alfonso | ||
Gerard Alonso i Cassadó | ||
Antonio M. Arenas | ||
Manu Arguelles | ||
Rafael Arias Carrión | ||
Miguel Blanco | ||
Arantxa Bolaños de Miguel | ||
Óscar Brox | ||
José David Cáceres Tapia | ||
Javi Cózar | ||
Israel de Francisco | ||
Victor De la Torre | ||
Daniel de Partearroyo | ||
Alejandro Díaz | ||
Sergi Fabregat | ||
Tomás Fernández Valentí | ||
José Antonio Hurtado | ||
Mónica Jordan | ||
Toni Junyent | ||
Tonio L. Alarcón | ||
Carlos Losilla | ||
Ismael Marinero | ||
Beatriz Martínez | ||
Carles Matamoros | ||
Roberto Morato | ||
Lolo Ortega | ||
Víctor Paz | ||
Álvaro Peña | ||
Kike Pérez Romero | ||
Antoni Peris i Grao | ||
Jordi Revert | ||
Ignacio Pablo Rico | ||
Paula Arantzazu Ruiz | ||
Nicolás Ruiz | ||
Diego Salgado | ||
Salvador Solano | ||
José Antonio Souto Pacheco | ||
Sergio Vargas | ||
Borja Vargas Llopis | ||
Pablo Vázquez | ||
Manu Yáñez |
Fotogramas:
Alberto Bermejo | ||
Alex Gorina | ||
Antonio Trashorras | ||
Anton Marikaetxebarría | ||
Blai Morell | ||
Carlos F. Heredero | ||
Carlos Losilla | ||
Carlos Marañón | ||
Carmen Puyó | ||
Conxita Casanovas | ||
David Broc | ||
Desirée de Fez | ||
Eduardo de Vicente | ||
Fausto Fernández | ||
Gerardo Sánchez | ||
Gregorio Belinchón | ||
Javier Tolentino | ||
Jesús Palacios | ||
Jordi Batlle Caminal | ||
Jordi Costa | ||
Juan Sardá | ||
La redacción | ||
Manu Yáñez Murillo | ||
María Guerra | ||
Miguel Anxo Fernández | ||
Mirito Torreiro | ||
Mr. Belvedere | ||
Nacho Gonzalo | ||
Nuria Vidal | ||
Oriol Esteve Gracia | ||
Oti Rodríguez Marchante | ||
Pepe Nieves | ||
Quim Casas | ||
Ramon Colom | ||
Ricardo Aldarondo | ||
Salvador Llopart | ||
Sergi Sánchez | ||
Tomás Fernández Valentí | ||
Vicente Vergara | ||
Xavier Roca | ||
Xavi Serra |
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