Puede que haya algo de eso que Jung llamó inconsciente colectivo en el hecho de que el año pasado se presentaran, con escasos meses de diferencia y en distintos festivales de cine, dos películas como Melancolía y The Turin Horse. En una y otra película, el danés Lars von Trier y el húngaro Béla Tarr (y su inseparable esposa Ágnes Hranitzky) daban una moderna visión del apocalipsis contando con la presencia de un caballo entre sus símbolos más importantes. En el film de Von Trier, los protagonistas eran incapaces de abandonar las dependencias del ostentoso castillo en el que tiene lugar la acción porque los caballos que cabalgaban se negaban a ir más allá de sus límites. Los personajes de Tarr, por el contrario, viven en una cabaña mucho más miserable, de ahí que su único caballo sea un elemento central en sus vidas (y en la película) pero también en este caso éste desobedece las órdenes de los humanos, excepto en una secuencia, cerca del final, en la que los protagonistas se alejan en el coche tirado por el animal, para terminar apareciendo en el horizonte a los pocos segundos, de vuelta a casa. Las intenciones de estos directores coetáneos son casi idénticas, hasta el punto de que Tarr hace que su caballo refleje, en cierto modo, la profunda depresión que padecía el personaje de Kirsten Dunst en el film de Von Trier, una depresión que va contagiándose lentamente a lo largo de las dos horas y media de The Turin Horse por toda fuente de vida conocida por los protagonistas (primero son polillas que no revolotean, después un pozo que no da agua, una lámpara que no enciende... hasta que la joven protagonista se niega a comer pese a las súplicas de su padre), como si se tratara de una rebelión de los elementos contra la monotonía, para terminar hablándonos del sinsentido de la vida, de la inutilidad del ser humano. En ese aspecto, Tarr resulta fascinante cuando filma en desgarrador blanco y negro la patética existencia de sus dos solitarios personajes (humanos), algo que no sólo consigue cuando los muestra luchando contra las inclementes condiciones del exterior de la cabaña (en unas imágenes silentes en las que Tarr es capaz de tutear al Victor Sjöström de El viento), también cuando intima con ellos en su desolado hogar, hasta el punto de que la desquiciada fijación de Tarr por la insustancial rutina de sus protagonistas se convierte en razón de ser de los treinta largos planos que componen el film y, me temo, en un auténtico reto para el espectador. Lo grave, en mi opinión, no es la supuesta vacuidad de los planos en sí, que casi se justifican por la hermosísima fotografía en barroco claroscuro del alemán Fred Kelemen, sino la decisión por parte de Tarr de adornar gran parte del metraje con una partitura de cuerda que se repite hasta el hastío en incansable bucle, perdiendo además el efecto dramático que sí tiene en el arranque del film, cuando pasamos de la voz en off sobre negro que nos habla del encuentro de Nietzsche con el citado caballo, al travelling de presentación de éste mientras cabalga hacia el que será el escenario durante todo el metraje.
En cualquier caso, que estamos hablando de una cinematografía no apta para todas las miradas es evidente, lo que explica que Béla Tarr haya sido desde siempre un cineasta ignorado por la distribución comercial española. No vamos a entrar ahora a debatir esto, al fin y al cabo tanto las distribuidoras como las propias salas de cine, pese a quien pese, existen gracias a un modelo de negocio y, sinceramente, con la que está cayendo, pocos invertirían hoy en proyectar una película como Satantango fuera de filmotecas y cineclubs. Lo que sí resulta ridículo es el tratamiento mediático que hemos tenido acerca de la última película del cineasta, celebrando que por fin se ha decidido "estrenar" (es un decir) el cine del matrimonio Tarr/Hranitzky en nuestras salas: para muchos cronistas lo que cuenta es que se haya cubierto el expediente proyectando oficialmente en salas comerciales una película húngara, lo cual, para los dinosaurios del sector (que en el negocio cinematográfico son la mayoría) parece que es la única manera de poner la creación cinematográfica al alcance de los espectadores, ignorando que a) en este caso la película se ha proyectado en sólo dos salas en toda España en las que, tratándose de salas de cine doblado, supongo que ni siquiera se ha podido ver en versión original, con lo cual el despropósito alcanza niveles absurdos, y b) que los espectadores hace mucho tiempo que cuentan con alternativas para acceder al cine que los responsables de las salas, por las razones que sea, no se atreven a programar. Y ésa es la buena noticia.
The Turin Horse - Béla Tarr, Ágnes Hranitzky - 2011 [ficha técnica]
martes, 21 de febrero de 2012
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Tengo un par de pegas respecto a este filme que, por lo demás, es de una coherencia artística brutal. Puede resultar aburrida y cargante, pero el rigor de Tarr con lo que cuenta es indiscutible.
ResponderEliminarLa primera ya la has comentado: la dichosa musiquita. Y la otra es la aparición del visitante pidiendo aguardiente como advenimiento de apocalipsis, donde suelta una perorata intelectualoide que desentona un poco con la lógica interna que llevaba el filme hasta ese momento, ya que la peli huye de la afectación intelectual, siendo comprensible (otra cosa es soportable) para todo el mundo.
Y ya entrando en un diálogo con otras películas del autor, 'El caballo de Turín' carece de la ambición política o sociológica que había visto en otras cibtas de Tarr, y eso demuestra cierta evolución.
Sin duda estamos ante una propuesta muy sugestiva e insólita, lo que siempre es de agradecer. Tengo curiosidad por saber qué te ha parecido 'Shame'. Te adelanto que me ha parecido un poco bluff, y sigo sin entender cómo los críticos encumbran pelis como ésta y miran hacia un lado con propuestas tan valientes como 'J. Edgar'. Saludos.