Inglourious Basterds arranca en un bello paisaje francés a primeros de la década de los cuarenta del siglo pasado. Allí vemos al granjero Perrier LaPadite (Denis Menochet) cortando leña justo antes de que la visita de un grupo de soldados alemanes altere su paz y la de sus tres hijas. Esta primera secuencia tiene toques claramente heredados del western europeo, y ello pese a ser el último de Quentin Tarantino un film bélico narrado a ratos en plan cómico. De hecho, el cartel con el que se nos presenta este segmento, Once upon a time in nazi occupied France, es un guiño claro al cine de Sergio Leone que, en principio, iba a ser el título del film. La manera con la que Tarantino coquetea con los géneros en esta película no debe despistarnos: a diferencia de Kill Bill Vol. I y de Death proof, Inglourious Basterds nos ofrece bastante más que un inclemente collage cinéfilo, y como muestra es suficiente el oficio con el que Tarantino resuelve la primera escena, cómo se toma su tiempo para que sus personajes hablen de sí mismos a través de larguísimos diálogos, con qué destreza dirige a sus actores (formidable Christoph Waltz interpretando al oficial Hans Landa, acaso el personaje más importante del relato) y, sobre todo, cómo el director maneja los resortes dramáticos, manteniendo una insoportable tensión que estalla al final de esta pequeña pero magistral pieza. Más adelante, veremos que Tarantino prefiere dejar de lado esta seriedad para trabajar su habitual gamberrismo, y la mala noticia es que Inglourious Basterds certifica que su autor parece haber abandonado para siempre la sobriedad con la que dirigió sus primeros tres largometrajes, como si se viera en la obligación de ser representante de un estilo pleno de excesos y sólo pudiera recurrir a un tono más contenido en pequeñas dosis y de manera intermitente.
En cualquier caso, hay otro aspecto que hace que Inglourious Basterds destaque respecto al cine reciente de Tarantino, y surge a raíz de un necesario proceso de documentación previo: aunque no falten en el guión anacronismos deliberados, así como un desenlace que constituye una visión de la Historia descabelladamente apócrifa, el desarrollo del relato es, en cierto modo, respetuoso con su contexto. Como consecuencia, los temas que Tarantino trata en esta ocasión dejan aparcada la cultura popular para dar un aire más culto al asunto, hasta el punto de que uno de los principales discursos de la función profundiza sobre el cine bajo el Tercer Reich, brillando perlas como cuando los personajes comparan la maquinaria propagandística de Joseph Goebbels con el cine producido en Estados Unidos por Louis B. Mayer o David O. Selznick; el tributo que constantemente se hace al cine de Georg Wilhelm Pabst, sugiriendo su reconocimiento por parte del público francés (del que se nos dice que sabía valorar a los directores alemanes y no sólo a estrellas como Leni Riefenstahl); el hecho de que la capacidad destructora del cine sea algo más que una metáfora en el momento en el que se utiliza como peligroso combustible el nitrato del que están hechas las bobinas, o la frase que escuchamos en el último plano de la película, donde Tarantino parece preguntar en tono irónico si es o no un maestro de su arte. Pero, si se considera dentro de esta lectura, hay una secuencia que resulta de un atractivo especial por lo que tiene de hábil uso del lenguaje cinematográfico como crítica a un cierto tipo de cine desde dentro: en el teatro donde se proyecta el film ficticio El orgullo de la nación todo el alto mando alemán aplaude y se emociona cada vez que en la pantalla el protagonista dispara contra un soldado aliado, sirviendo esto a Tarantino para ridiculizar a Hitler, Goebbels y compañía, pero siendo consciente de que su propio público aplaudirá cuando Aldo Raine (Brad Pitt) y sus hombres apuñalen, golpeen y disparen a los desgraciados del otro bando.
'Inglourious Basterds' - Quentin Tarantino - 2009 [ficha técnica]
lunes, 28 de septiembre de 2009
Malditos Bastardos
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Me debo estar haciendo mayor, porque la peli me gustó, pero me esperaba mucho más de ella. Y gran parte es por mi culpa: expectativas no cumplidas. Esperaba más "Bastardos" y menos "Historia de la chica del Cine".
ResponderEliminarCreo que no descubro nada si digo que la peli tiene 1002 grandes cosas: Hans Landa (1000 veces), que merecería una precuela tipo Spin-Off, la escena inicial (qué importante es verla en V.O.) y la de la taberna (momentos muy grandes). Y otras no tanto: Mr Pitt no está bien aprovechado y su cara a lo Vitto Corleone supongo que es a propósito, pero no me llega...
A su favor debio decir que su exagerado metraje (a partir de 120 minutos, danger) se me hizo hasta corto, lo cual habla muy bien del ritmo que impone a su obra.
Mi único miedo es que veo una obra muy auto-referencial. Si ya con 45 años y 7 pelis (no cuento Four Rooms, ni otras colaboraciones) juega a ser su propio Muñegote, miedito me da.
Aun y todo, larga vida a Tarantino.