La localización donde trascurre la trama de The invitation es casi un guiño malicioso al proceso de producción de la película: casi toda la acción tiene lugar en una mansión en la zona acomodada de Hollywood, más o menos en el centro geográfico de ese mundo del que los guionistas Phil Hay y Matt Manfredi y la realizadora Karyn Kusama huyeron para llevar a cabo su proyecto. En un ejercicio de independencia real, éstos se desvincularon de las grandes majors, con los sacrificios presupuestarios que ello supone, a cambio de ejercer un control total sobre el resultado final de la película. Como resultado, la película no sólo se beneficia de ese control autoral, sino que tampoco se ve penalizada por esa falta de medios. Tanto el planteamiento de Hay y Manfredi como la ejecución de Kusama juegan muy bien con el punto de vista de Will (Logan Marshall-Green), quien duda continuamente de los anfitriones de esa especie de fiesta a la que se ve invitado, y esa posición se traslada a un espectador que sufre continuamente la incertidumbre del protagonista. Kusama desarrolla una puesta en escena limitada por esa austeridad, pero a la vez aprovecha el reducido escenario donde los personajes se mueven para crear aun más incertidumbre (cf. esos planos filmados a través de la ventana que nos escamotean detalles de lo que ocurre en el exterior), y dosifica las fugas espaciales, como esos flashbacks que explican la relación entre Will y su exmujer (que parecen más una recreación mental del primero), o ese vídeo que los anfitriones muestran a sus invitados, para conseguir tanto complementar lo narrado como dotarle de densidad. Lo más meritorio de la película es cómo sus artífices son capaces de alargar este estado de incertidumbre hasta una secuencia final muy apoyada en la efectista partitura de Theodore Shapiro (por cierto, tan minimalista como el resto de la producción), donde un inevitable estallido de violencia nos lleva a conocer que, en realidad, el protagonista se enfrenta a un problema con una dimensión mayor a la que él (y el espectador) imaginaba.
The Invitation - Karyn Kusama - 2015 [ficha técnica]
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viernes, 3 de junio de 2016
lunes, 9 de mayo de 2016
El renacido
Tras el unánime aplauso recibido por Leonardo Dicaprio y su interpretación de Hugh Glass, el desafortunado protagonista de El renacido, muchos han sabido ver (y con razón) en la encarnación que Tom Hardy hace de John Fitzgerald, principal enemigo del anterior, un trabajo actoral incluso superior. Del mismo modo, yo encuentro en la película otro duelo profesional similar al de Dicaprio / Hardy, me refiero al que surge de la colaboración entre un Alejandro G. Iñárritu que parece haberse llevado la mayor parte de la fama, y el compatriota de éste e igualmente aplaudido, aunque de manera menos sonada, Emmanuel Lubezki. A mi parecer, hay que reconocer la enorme aportación de Lubezki hacia los directores con los que colabora; así, si nos centramos en la carrera de los dos realizadores mejicanos de mayor prestigio en la actualidad, el mencionado Iñárritu y Alonso Cuarón, se hace notable la influencia que en su manera de rodar películas tiene la labor de Lubezki como operador de cámara: en el caso de Cuarón, el uso del plano secuencia con la áspera iluminación de Lubezki que vimos en Hijos de los hombres se ha convertido casi en una marca de autor cuya cumbre sería la espectacular Gravity, mientras que Iñárritu, tras separarse de su habitual guionista, Guillermo Arriaga (en una colaboración cuyos resultados, a mi juicio, fueron de más a menos), ha sustituido su virtuosismo narrativo, con unos juegos con el tiempo de la ficción cada vez más superficiales y gratuitos, por un virtuosismo como realizador que llevó hasta su extremo en Birdman, pero que también es notorio, ya desde sus primeras secuencias, en El renacido. Allí es donde Lubezki se presenta ya como un posible co-autor de la película, con esa manera de iluminar el bosque en el que se mueven los personajes que lo convierte en un entorno enigmático e inhóspito, al tiempo que facilita el gusto del realizador por encarar la violencia física de una manera muy frontal. Sin embargo, y he aquí uno de los problemas de El renacido, la labor de Lubezki no va más allá, y termina siendo un mero facilitador, cuyo trabajo hace que la violencia tenga un enorme realismo de forma, pero no de fondo: incluso en la portentosa secuencia del ataque del oso, el espectador tiene la impresión de que se construye anteponiendo el espectáculo por delante del realismo. El problema final es cuando sus artífices tampoco ofrecen a la audiencia un producto que resulte simplemente espectacular y entretenido. El film termina siendo víctima de su propia vanidad, y cae en esa inexplicable tendencia a asociar el cine "de calidad" con una duración por encima de los ciento cincuenta minutos. Así, cuanto más avanza la aventura de Hugh Glass, mayor es la sensación de que a la cinta le sobran metros.
The Revenant - Alejandro G. Iñárritu - 2015 [ficha técnica] ... leer más
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viernes, 22 de abril de 2016
El cuento de la princesa Kaguya
Aunque el manuscrito sobre el tema más antiguo que se conoce data del siglo XVI, se piensa que El cuento del cortador de bambú es una historia que tiene más de mil años, y se la considera la obra inaugural del monogatari, la principal forma de prosa de ficción en lengua japonesa. Si la factoría de animación Studio Ghibli corrió el ambicioso riesgo de filmar una adaptación de una obra tan arraigada a su cultura, no cabe duda de que esperaba un éxito de público mucho más abultado del que tuvo en su país, hasta el punto de que se considera ésta una de las razones por las que el estudio anunció el cese de producción de largometrajes, poco después de la jubilación del veterano Hayao Miyazaki. No fue el creador de El viaje de Chihiro, sino su amigo y mentor, el octogenario Isao Takahata, quien afrontara el reto. El estilo de este último en El cuento de la princesa Kaguya parte de un dibujo que apenas va más allá del boceto, sin ocultar los trazos al carbón y dando sutilmente color con efecto acuarela pero, con una fotografía tan básica, casi abstracta, es en otros dos elementos primarios del lenguaje cinematográfico donde el creador encuentra un fascinante realismo: el sonido y el movimiento. Por un lado, la película tiene un sofisticado uso de su banda sonora, no solo (que también) en los diálogos y en la monumental partitura de Joe Hisaishi, sino en el ruido ambiente de los escenarios, la naturaleza fluyendo alrededor de los protagonistas, los pasos de la joven princesa corriendo sobre suelos de madera... Por otro lado, los artífices de la película insuflan vida a criaturas y personajes a través del movimiento, un verdadero reto cuando el material animado es, como decimos, un dibujo esquemático coloreado con acuarela, que los espectadores descubren con un realismo cercano al documental. En ambos sentidos, la primera media hora de la película, hasta que los personajes abandonan el bosque de bambú para siempre, es una incuestionable obra maestra.
Dos escenas de la película, similares y dispuestas, casi simétricamente, cerca del principio y cerca del final, sintetizan muy bien el grueso del relato y el cambio de tono resultante de ese momento en el que la protagonista es condenada a vivir en un palacio. En la primera, un grupo de niños cantan a las criaturas y ciclos de la naturaleza mientras recorren una senda de regreso a su aldea; sorprendidos descubren que la niña protagonista, que hace poco era un bebé, conoce la canción, e incluso se desmarca en solitario con una estrofa más triste en la melodía y en la letra. En la segunda, esta vez en una solitaria estancia del palacio, la madre adoptiva de la (ya adolescente) protagonista trata de animarla cantando la canción del principio; después de un silencio que casi congela la acción, la muchacha vuelve a cantar en solitario su estrofa, mientras vemos imágenes de la naturaleza que, adornadas con la desgarrada voz de la protagonista, resultan terriblemente melancólicas. De esta manera, como decimos, transita la narración de El cuento de la princesa Kaguya, de la alegría por el descubrimiento de la vida en sus primeros minutos, a la tristeza que supone la reclusión de la vida palaciega en la mayor parte de su metraje. De hecho, este cambio de tono pilla al espectador desprevenido, y probablemente sea esto el causante de que los ciento cuarenta minutos que dura la película resulten un punto excesivos. Con todo, es a partir de la marcha de la aldea donde se desarrolla el grueso de la acción descrita en el relato original (y no queda tiempo para abordar el tramo último, que explica el origen del Monte Fuji), el cual no es tan minucioso con la vida en el bosque, pero sí que se extiende en la descripción de los cinco pretendientes de alta cuna, a los que la princesa encomienda tareas imposibles. Aunque el material de partida sea ajeno, es admirable cómo el guion altera los acontecimientos para llevarlos al terreno de un discurso propio, no necesariamente relacionado con la historia original: los pretendientes se agolpan ante una princesa a la que nunca han visto y la comparan con bienes que no existen, lo cual enfada a la joven, que no tolera ser convertida en un ideal. La princesa siente fascinación por la existencia vibrante de la gente sencilla que vive por y para los bienes terrenales, y repudia la impostura de la clase alta, que venera unos ideales intangibles que se contraponen al disfrute humano natural. En última instancia, que la protagonista tenga que ser obligada a olvidar todo lo que ha vivido, liberándola así de las impurezas de la Tierra, mientras la muchacha defienda entre lágrimas el lugar maravilloso que deja atrás, convierte a ese viaje final en una metáfora de la muerte, y a toda la película en un canto a la grandeza de estar vivo.
Kaguyahime no monogatari - Isao Takahata - 2013 [ficha técnica] ... leer más
Dos escenas de la película, similares y dispuestas, casi simétricamente, cerca del principio y cerca del final, sintetizan muy bien el grueso del relato y el cambio de tono resultante de ese momento en el que la protagonista es condenada a vivir en un palacio. En la primera, un grupo de niños cantan a las criaturas y ciclos de la naturaleza mientras recorren una senda de regreso a su aldea; sorprendidos descubren que la niña protagonista, que hace poco era un bebé, conoce la canción, e incluso se desmarca en solitario con una estrofa más triste en la melodía y en la letra. En la segunda, esta vez en una solitaria estancia del palacio, la madre adoptiva de la (ya adolescente) protagonista trata de animarla cantando la canción del principio; después de un silencio que casi congela la acción, la muchacha vuelve a cantar en solitario su estrofa, mientras vemos imágenes de la naturaleza que, adornadas con la desgarrada voz de la protagonista, resultan terriblemente melancólicas. De esta manera, como decimos, transita la narración de El cuento de la princesa Kaguya, de la alegría por el descubrimiento de la vida en sus primeros minutos, a la tristeza que supone la reclusión de la vida palaciega en la mayor parte de su metraje. De hecho, este cambio de tono pilla al espectador desprevenido, y probablemente sea esto el causante de que los ciento cuarenta minutos que dura la película resulten un punto excesivos. Con todo, es a partir de la marcha de la aldea donde se desarrolla el grueso de la acción descrita en el relato original (y no queda tiempo para abordar el tramo último, que explica el origen del Monte Fuji), el cual no es tan minucioso con la vida en el bosque, pero sí que se extiende en la descripción de los cinco pretendientes de alta cuna, a los que la princesa encomienda tareas imposibles. Aunque el material de partida sea ajeno, es admirable cómo el guion altera los acontecimientos para llevarlos al terreno de un discurso propio, no necesariamente relacionado con la historia original: los pretendientes se agolpan ante una princesa a la que nunca han visto y la comparan con bienes que no existen, lo cual enfada a la joven, que no tolera ser convertida en un ideal. La princesa siente fascinación por la existencia vibrante de la gente sencilla que vive por y para los bienes terrenales, y repudia la impostura de la clase alta, que venera unos ideales intangibles que se contraponen al disfrute humano natural. En última instancia, que la protagonista tenga que ser obligada a olvidar todo lo que ha vivido, liberándola así de las impurezas de la Tierra, mientras la muchacha defienda entre lágrimas el lugar maravilloso que deja atrás, convierte a ese viaje final en una metáfora de la muerte, y a toda la película en un canto a la grandeza de estar vivo.
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martes, 12 de abril de 2016
Julieta
En un momento de Julieta, la protagonista homónima interpretada por Adriana Ugarte imparte clase de filosofía clásica contando a sus alumnos el episodio en el que Ulises prefiere a su amada antes que la inmortalidad o la juventud eterna. Julieta, a la que hemos visto mirar fascinada a un ciervo que no le teme a nada cuando quiere aparearse, o que disfrutará de la compañía de Ava (Inma Cuesta) mientras esta última elabora esculturas con connotaciones fálicas, tiene una visión romántica del rol del macho, que no le deja ver que su enamorado, Xoan (Daniel Grao), también un marino como Ulises, no lleva a la práctica aquella cualidad del mito griego: Xoan abandona a su mujer, en estado vegetal, para encontrarse con mujeres como Julieta y Ava, esto es, elige perpetuar su juventud con otras parejas en vez de mantener el compromiso con su amada. Del mismo modo, el padre de Julieta contratará a una joven (y guapa) extranjera para cuidar a su esposa en sus últimos días y, de paso, encontrar la satisfacción sentimental y sexual que ya no puede buscar en su pareja de toda la vida. Ambos hombres recurren al abandono físico y afectivo como vehículo para huir de la implacable vejez, siendo éste el discurso más interesante de los que Almodóvar, que no suele trabajar con materiales adaptados, desarrolla a partir de un conjunto de relatos de Alice Munro. De hecho, la película pierde interés en el segmento final, una vez que Almodóvar se dedica a repetir obsesiones ya desarrolladas en alguno de sus dramas, como la pérdida del ser querido o el sentimiento de culpa.
La historia queda más o menos dividida tras la secuencia en la que dos chicas adolescentes sacan a una deprimida y enajenada Julieta de la bañera y, tras secarle el pelo, nos descubren un rostro que ya no es el de la joven Adriana Ugarte sino el de una madura Emma Suárez, diciéndonos con ello que esta actriz no solo representa otra edad en la vida del mismo personaje, sino que encarna una personalidad cambiada para siempre después de un trágico suceso. A partir de aquí, como decimos, la historia de Julieta empieza a resultar repetitiva, abusando de las escenas de reencuentro con Ava, Lorenzo (Darío Grandinetti) o Beatriz (Michelle Jenner), por más que Almodóvar siga ofreciendo un uso muy inteligente del color en escenarios y vestuario, habitual en los mejores trabajos del realizador manchego (pero sorprendente en un director de fotografía como Jean-Claude Larrieu, conocido por texturas mucho más apagadas). No obstante, hay un fugaz detalle en este tramo final que resulta muy plausible: cuando Julieta y Lorenzo hacen cola en uno de los cines cercanos a la famosa Plaza de los Cubos de Madrid, la cartelera muestra una colección de excelentes películas como Nader y Simin, una separación, Winter's bone o Melancolía, películas que no compartieron cartel por lo que, a buen seguro, han sido dispuestas cuidadosamente porque en sus temáticas hay mucho de lo que nos cuenta Almodóvar en su película. También gusta pensar que tales títulos han sido escogidos por un cinéfilo como si fueran lo mejor del panorama alternativo en un momento dado, un panorama en el que Almodóvar aspira a verse gracias a trabajos como éste, y no mediante casos como el de su anterior Los amantes pasajeros, uno de los mayores errores cinematográficos de su carrera.
Julieta - Pedro Almodóvar - 2016 [ficha técnica] ... leer más
La historia queda más o menos dividida tras la secuencia en la que dos chicas adolescentes sacan a una deprimida y enajenada Julieta de la bañera y, tras secarle el pelo, nos descubren un rostro que ya no es el de la joven Adriana Ugarte sino el de una madura Emma Suárez, diciéndonos con ello que esta actriz no solo representa otra edad en la vida del mismo personaje, sino que encarna una personalidad cambiada para siempre después de un trágico suceso. A partir de aquí, como decimos, la historia de Julieta empieza a resultar repetitiva, abusando de las escenas de reencuentro con Ava, Lorenzo (Darío Grandinetti) o Beatriz (Michelle Jenner), por más que Almodóvar siga ofreciendo un uso muy inteligente del color en escenarios y vestuario, habitual en los mejores trabajos del realizador manchego (pero sorprendente en un director de fotografía como Jean-Claude Larrieu, conocido por texturas mucho más apagadas). No obstante, hay un fugaz detalle en este tramo final que resulta muy plausible: cuando Julieta y Lorenzo hacen cola en uno de los cines cercanos a la famosa Plaza de los Cubos de Madrid, la cartelera muestra una colección de excelentes películas como Nader y Simin, una separación, Winter's bone o Melancolía, películas que no compartieron cartel por lo que, a buen seguro, han sido dispuestas cuidadosamente porque en sus temáticas hay mucho de lo que nos cuenta Almodóvar en su película. También gusta pensar que tales títulos han sido escogidos por un cinéfilo como si fueran lo mejor del panorama alternativo en un momento dado, un panorama en el que Almodóvar aspira a verse gracias a trabajos como éste, y no mediante casos como el de su anterior Los amantes pasajeros, uno de los mayores errores cinematográficos de su carrera.
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jueves, 31 de marzo de 2016
Spotlight
Hace ya más de veinte años, cuando el director Jonathan Demme y el guionista Ron Nyswaner nos contaron la historia de un joven enfermo de SIDA que emprendía un proceso judicial contra la firma que le había despedido por ser homosexual, decidieron titular al film con el nombre de la ciudad que daba contexto a los hechos, Philadelphia, en alusión a que nos estaban hablando, más que de un caso concreto, de la sociedad en que vivimos y de los valores e instituciones que la definen. En igual o mayor medida, la historia escrita a dos manos por el director Tom McCarthy y el guionista Josh Singer sobre cómo un periódico destapa un dramático caso de pederastia a gran escala pudiera haberse titulado perfectamente "Boston". El título estaría justificado desde el propio guión escrito por ambos, en cuyos diálogos los personajes repiten continuamente, casi desde el odio (en especial de los que se sienten extranjeros en ella), las referencias a la capital de Nueva Inglaterra, hasta la filmación de McCarthy, sobre todo en las secuencias en las que los periodistas van de puerta en puerta buscando testimonios para su investigación, momentos en los que la cámara intenta transmitir el ritmo de la ciudad, y se busca encuadrar continuamente lo más significativo del paisaje urbano. McCarthy, que ganó una fama algo efímera en la escena independiente por la hoy olvidada Vías cruzadas, demuestra haber centrado mucho su manera de entender el cine, en un relato de enorme seriedad y de ritmo ágil y preciso, que no se resiente por el exceso de diálogo. La principal virtud del director la encontramos en su convincente realismo durante su inmersión en el mundo de la prensa: ya desde las primeras escenas, da una lección al describir esa despedida informal de un veterano que abandona el Boston Globe y esa tensa reunión de bienvenida al nuevo jefe de origen judío que, con su gesto impasible, parece querer poner la redacción patas arriba. Con todo, Spotlight es un fenomenal canto al periodismo bien entendido, demostrando que dos de sus más infames cualidades, el sensacionalismo y el llamado "cuarto poder", pueden ser un bien necesario para la comunidad, como demuestran, respectivamente, dos detalles: 1) cuando los periodistas no dudan en insistir a los entrevistados que no utilicen eufemismos en la descripción de los abusos sufridos, y 2) cuando la prensa se constituye en una implacable autoridad, la única capaz de enfrentarse a una institución como la Iglesia Católica que, paradójicamente, vive al margen de la moral y la legislación.
Spotlight - Tom McCarthy - 2015 [ficha técnica] ... leer más
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sábado, 26 de marzo de 2016
Carol
Con Lejos del cielo el cineasta Todd Haynes se presentó como un revisitador del Hollywood clásico, del cual recuperaba el estilo y los temas, pero desde una posición contemporánea que le permitía evadir las imposiciones de censura que sufrieron sus directores de referencia. Haynes adoptaba el oficio de Douglas Sirk pero constatando con imágenes hechos como las relaciones homosexuales o interraciales, algo que en plena mitad del siglo XX sólo era sugerido o tratado con ambigüedad en el cine. Las formas y el fondo de Lejos del cielo fueron aparcadas por el cineasta en la extraña (y excelente) I'm not there, pero se retomaron en la miniserie para televisión Mildred Pierce y persisten ahora en Carol, donde Haynes pone en escena un guion de la dramaturga Phyllis Nagy adaptando la novela "El precio de la sal", que la escritora Patricia Highsmith tuvo que publicar en 1951 bajo un seudónimo. Estas miradas femeninas a partir de un relato que aborda una relación lésbica le sirven a Haynes para desarrollar otro nuevo ajuste de cuentas con la censura, no ya por lo obvio de la tórrida escena de cama entre Carol (Cate Blanchett) y su joven amante Therese (Rooney Mara), también por esos nada disimulados diálogos entre Carol y su confidente Abby (Sarah Paulson) hablando con libertad sobre sus aventuras y sus amantes del mismo sexo. Todo esto propicia que se hable de cierto activismo en pro de la libertad de expresión por parte de Haynes, si bien sería injusto ya que su postura es un tanto ventajista: no hay valentía en abordar estos temas en unos tiempos en los que lo políticamente correcto se sitúa precisamente de ese lado, es decir, desde una hipócrita premisa en la que hay que defender la posición de la mujer en la ficción, al tiempo que sufre tristes discriminaciones de todo tipo en la realidad, y llama la atención que en Lejos del cielo la protagonista femenina era víctima de la inclinación homosexual de su marido, mientras que en Carol es ella la homosexual pero su compañero masculino no se presenta como una víctima de la que haya que compadecerse, sino como un obstáculo que querrá hacerle la vida imposible. Olvidémonos por tanto de ver a Haynes como un activista o cosas por el estilo, y admiremos en su justa medida su trabajo como cineasta en Carol, no ya por su evidente calidad en la recreación y puesta al día de una manera de hacer cine que ya parecía descatalogada, sino por su habilidad como narrador, sobre todo desde el punto de vista de ese trasunto de Audrey Hepburn que es Therese, para quien el descubrimiento de su sexualidad no es fruto de una aburrida introspección, sino de un iniciático viaje a un mundo que le era extraño, representado en primera instancia con ese viaje literal junto a Carol, y en segundo lugar en cómo la joven va mutando las relaciones con sus conocidos, y en cómo observa a (y es observada por) otras mujeres que encuentra en este recorrido.
Carol - Todd Haynes - 2015 [ficha técnica] ... leer más
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martes, 22 de marzo de 2016
Marte
Cuando se habla de ciencia ficción a menudo se hace sin reparar en el oxímoron que da nombre al género: está claro que no se trata únicamente de historias sobre ciencia que suceden en la ficción, pero no siempre se repara en que han de desarrollarse historias con un gran rigor científico, pero cuya ciencia es ficticia, utópica. El autor de ciencia ficción debe convencer al lector de que sus fantasías son científicamente probables, por más que sólo sean reales dentro de su narración. Es esta esencia y no detalles puntuales como que tenga lugar en el futuro o en otros planetas lo que determina el género al que pertenece una obra, pues puede parecer ciencia ficción y ser fantástica o al revés. Por verlo sobre algunos ejemplos, un film "desarrollado en el futuro" como Minority Report (y el relato de Philip K. Dick en que se basa) no lo considero de ciencia ficción sino fantástico, porque se construye en torno a una premisa sobrenatural, la de la clarividencia de unos personajes capaces de predecir crímenes antes de que se cometan, mientras que otro film "de monstruos" del mismo director como Jurassic Park (y la novela homónima de Michael Chrichton) lo considero de ciencia ficción porque su narrador se toma su tiempo en tratar de convencernos acerca de las posibilidades reales de devolver a la vida seres extintos hace millones de años.
En el afán por respetar estas reglas de la ciencia ficción, de hacer creíble el rigor científico de su narración, muchos autores descuidan otras virtudes de la narrativa, como son construir de una manera atractiva el relato, o dotar de densidad humana a los personajes que lo pueblan. Estas carencias eran notables en cierto cine de atracciones de la década de los ochenta y primeros de los noventa, donde la ciencia ficción ofreció un puñado de títulos de enorme éxito gracias a realizadores como James Cameron o Paul Verhoeven, para quienes era más importante la acción y el ritmo que la profundidad de sus guiones. Al igual que ocurriera con Terminator, Abyss, Robocop o Desafío Total, esa nueva incursión de Ridley Scott en el género que es The Martian es una película que, ante todo, convence al espectador en el plano científico, llevando una historia de un naufragio en el sentido clásico a un escenario imposible a día de hoy (con expediciones tripuladas a Marte), pero construyendo su relato a base de impecables detalles evidenciados, en los que el protagonista sobrevive en una situación límite a base de aplicar sus conocimientos sobre biología y química. En ese sentido, la película es ciencia ficción en estado puro, sin embargo no cuenta con un guion en el que se trabajen otros aspectos narrativos básicos, y es la labor de actores como Matt Damon o Chiwetel Ejiofor el único recurso para generar empatía hacia sus personajes, al tiempo que, a diferencia de los directores antes citados, Scott tampoco aporta acción o algo que supla esta falta, dando como resultado un trabajo de tono monótono, con lo cual no se consiguen disimular las abundantes descripciones de trazo grueso, por ejemplo cómo se articulan los procesos de compañía en corporaciones como la Nasa, donde las decisiones a nivel ejecutivo se toman de manera informal, con el más alto cargo directivo haciendo cálculos de cabeza, o cómo se desarrollan las relaciones a nivel internacional, como prueba el momento en el que los mandatarios de la Administración Espacial Nacional China deciden ayudar a sus homólogos americanos tras ver una noticia por la tele.
The Martian - Ridley Scott - 2015 [ficha técnica] ... leer más
En el afán por respetar estas reglas de la ciencia ficción, de hacer creíble el rigor científico de su narración, muchos autores descuidan otras virtudes de la narrativa, como son construir de una manera atractiva el relato, o dotar de densidad humana a los personajes que lo pueblan. Estas carencias eran notables en cierto cine de atracciones de la década de los ochenta y primeros de los noventa, donde la ciencia ficción ofreció un puñado de títulos de enorme éxito gracias a realizadores como James Cameron o Paul Verhoeven, para quienes era más importante la acción y el ritmo que la profundidad de sus guiones. Al igual que ocurriera con Terminator, Abyss, Robocop o Desafío Total, esa nueva incursión de Ridley Scott en el género que es The Martian es una película que, ante todo, convence al espectador en el plano científico, llevando una historia de un naufragio en el sentido clásico a un escenario imposible a día de hoy (con expediciones tripuladas a Marte), pero construyendo su relato a base de impecables detalles evidenciados, en los que el protagonista sobrevive en una situación límite a base de aplicar sus conocimientos sobre biología y química. En ese sentido, la película es ciencia ficción en estado puro, sin embargo no cuenta con un guion en el que se trabajen otros aspectos narrativos básicos, y es la labor de actores como Matt Damon o Chiwetel Ejiofor el único recurso para generar empatía hacia sus personajes, al tiempo que, a diferencia de los directores antes citados, Scott tampoco aporta acción o algo que supla esta falta, dando como resultado un trabajo de tono monótono, con lo cual no se consiguen disimular las abundantes descripciones de trazo grueso, por ejemplo cómo se articulan los procesos de compañía en corporaciones como la Nasa, donde las decisiones a nivel ejecutivo se toman de manera informal, con el más alto cargo directivo haciendo cálculos de cabeza, o cómo se desarrollan las relaciones a nivel internacional, como prueba el momento en el que los mandatarios de la Administración Espacial Nacional China deciden ayudar a sus homólogos americanos tras ver una noticia por la tele.
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martes, 1 de marzo de 2016
¡Ave, César!
Aunque es fácil reconocer el cine de los hermanos Coen por su estilo o por determinadas señas formales, no puede decirse que los de Minnesota tengan fijación por un determinado género o tema de fondo. Esta dispersión se observa en toda su filmografía, pero basta con fijarnos en sus últimos tres largometrajes para encontrar un western, Valor de ley, un drama de corte biográfico, A propósito de Llewyn Davis, y una comedia, su último estreno ¡Ave, César!. Con todo, es posible encontrar paralelismos en trabajos como su debut Sangre fácil y su celebérrima Fargo, o entre su obra de consagración Muerte entre las flores y su homenaje al cine negro El hombre que nunca estuvo allí. En alguno de estos paralelismos, los autores ofrecen una continuación de sus ideas que ayuda a comprender sus películas como parte de un conjunto: aun recuerdo cuánto me decepcionó la que, en su momento, consideré la peor película de su filmografía, Crueldad intolerable, para luego encontrar que parte de su discurso servía como base para la excelente Quemar después de leer, lo que me hizo tomarme su precedente cómico-romántico algo más en serio. No puedo decir lo mismo de su segunda visitación del desalmado mercado de talentos de Hollywood, veinticinco años después de la sórdida y brillante Barton Fink, si no su mejor trabajo, sí el más redondo, que viene a complementarse ahora con una comedia a ratos divertida e hilarante, pero algo descafeinada en general, y carente de la mirada malsana que se espera en los Coen, pese a que los autores realizan un plausible trabajo en casi todas sus facetas: empezando por un guión estructurado en torno a un interesante personaje central, casi construido a medida de Josh Brolin (es curioso cómo su papel para Puro vicio recuerda al Eddie Mannix de ¡Ave, César!, al igual que el de Joaquin Phoenix para el film de Paul Thomas Anderson pareció inspirar a Woody Allen en Irrational Man); continuando con una apropiada ambientación deliberadamente kitsch, que recuerda en ocasiones a la frescura retro del cine de Wes Anderson, y finalizando en un cuidado trabajo de realización y puesta en escena, patente sobre todo en sus notables coreografías musicales. Con todo, como decimos, la suma de las partes resulta decepcionante en su imparcial visión de la época dorada de los grandes estudios, adoptando los Coen una postura que puede tomarse como un homenaje o como una parodia crítica, pero al mismo tiempo no termina de convencer desde ninguno de los dos puntos de vista.
Hail, Caesar! - Ethan Coen, Joel Coen - 2016 [ficha técnica] ... leer más
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martes, 2 de febrero de 2016
Los odiosos ocho
No está claro a qué ocho personajes se refiere el título de la última película de Quentin Tarantino, un relato en su mayoría centrado en un total de nueve personajes "odiosos", no (sólo) en el sentido de que se les puede odiar, sino en referencia al odio acumulado en cada uno de ellos. Más de un cartel publicitario deja fuera de este grupo a O.B Jackson (James Parks), quien conduce al resto de personajes en su diligencia, huyendo de una brutal ventisca, hacia la cabaña donde transcurrirá casi toda la narración, tal vez por ser el único personaje que se presenta desarmado e imparcial, si bien en la segunda mitad del film sabremos que O.B no es el único convidado de piedra, y que la cabaña oculta a un décimo invitado igualmente "odioso"... Por eso podemos pensar que el título se refiere más a la filmografía de su director, a la manera de Federico Fellini y su 8½, sobre todo cuando en los créditos de apertura se habla del film como "el octavo de Quentin Tarantino", un recuento que, por cierto, también tiene su controversia, al considerar el díptico Kill Bill como un solo largometraje y no sumar decimales (cosa que sí hizo Fellini) por su participación en el proyecto colectivo Four Rooms. Además, hay mucho de auto-reflexión en una película donde el cineasta no mira tanto a sus referentes (que también) como mira a su propia filmografía, al resto de sus "odiosos ocho" largometrajes, poniendo en escena múltiples referencias y guiños a sí mismo. Consecuencia de esto es que no trata tanto de imitar u homenajear desde la distancia a directores como su idolatrado Sergio Leone, como de estar a la altura de ellos intentando repetir sus pasos, no reciclando un lenguaje tradicional sino valiéndose de medios tradicionales para reafirmar su propio lenguaje: véase la recuperación de un amplísimo formato de celuloide en setenta milímetros (que ha desencadenado costosos procesos de producción y distribución, para sufrimiento de los hermanos Weinstein), o la colaboración de Ennio Morricone, al que ya no se le roban temas de anteriores trabajos, sino que compone una efectista partitura original, que cobra gran importancia desde que acompaña a esa imagen del crucifijo tallado y cubierto por la nieve, uno de los más bellos planos de apertura de los que ha filmado el realizador.
Parece como si Tarantino hubiera decidido por fin liberarse de esa etiqueta de gamberro que arrastra, sobre todo, a raíz de su amistad y colaboraciones con personajes tan nocivos como Robert Rodríguez. Desde Jackie Brown el autor no había vuelto a esforzarse en dirigir un largometraje tan regular, tan poco dado a la pirotecnia; es como si se hubiera descubierto a sí mismo como una institución en el panorama cinematográfico, sabiéndose tan importante como sus referentes sin reparar en lo que digan sus detractores, a la manera de autores como Lars von Trier, acostumbrados a imponer su propio nombre por encima, incluso, de su cine (cosa que no debe impedirnos medir la calidad de sus películas). Como el danés, Tarantino se dirige a su público con su propia voz (en un momento puntual, justo a la mitad del metraje), y también construye su filmación como un desafío formal, como un ejercicio de abstracción teatral dentro de ese escenario cerrado que tantas veces servirá de representación de una situación social concreta, donde los personajes solo se ponen de acuerdo en temas tan terribles como un ahorcamiento, si se hace "de manera civilizada", o el racismo como modo de relación (los blancos odian a los negros, los negros odian a los mejicanos). Esa visión de una América de posguerra, violenta, racista y construida sobre el odio, la desconfianza y la mentira que ofrece Los odiosos ocho, con esa secuencia de cierre donde los protagonistas, heridos de muerte y bañados en sangre, "izan" a una mujer ahorcada mientras leen una carta (falsa) del presidente... tantos detalles recuerdan a las intenciones del autor de Bailar en la oscuridad, Dogville y Manderlay. Tanto Lars von Trier como Tarantino han demostrado muchas veces que saben escribir y narrar, pero a este último le faltaba poner tales virtudes al servicio de la reflexión, y no al del mero divertimento.
The Hateful Eight - Quentin Tarantino - 2015 [ficha técnica] ... leer más
Parece como si Tarantino hubiera decidido por fin liberarse de esa etiqueta de gamberro que arrastra, sobre todo, a raíz de su amistad y colaboraciones con personajes tan nocivos como Robert Rodríguez. Desde Jackie Brown el autor no había vuelto a esforzarse en dirigir un largometraje tan regular, tan poco dado a la pirotecnia; es como si se hubiera descubierto a sí mismo como una institución en el panorama cinematográfico, sabiéndose tan importante como sus referentes sin reparar en lo que digan sus detractores, a la manera de autores como Lars von Trier, acostumbrados a imponer su propio nombre por encima, incluso, de su cine (cosa que no debe impedirnos medir la calidad de sus películas). Como el danés, Tarantino se dirige a su público con su propia voz (en un momento puntual, justo a la mitad del metraje), y también construye su filmación como un desafío formal, como un ejercicio de abstracción teatral dentro de ese escenario cerrado que tantas veces servirá de representación de una situación social concreta, donde los personajes solo se ponen de acuerdo en temas tan terribles como un ahorcamiento, si se hace "de manera civilizada", o el racismo como modo de relación (los blancos odian a los negros, los negros odian a los mejicanos). Esa visión de una América de posguerra, violenta, racista y construida sobre el odio, la desconfianza y la mentira que ofrece Los odiosos ocho, con esa secuencia de cierre donde los protagonistas, heridos de muerte y bañados en sangre, "izan" a una mujer ahorcada mientras leen una carta (falsa) del presidente... tantos detalles recuerdan a las intenciones del autor de Bailar en la oscuridad, Dogville y Manderlay. Tanto Lars von Trier como Tarantino han demostrado muchas veces que saben escribir y narrar, pero a este último le faltaba poner tales virtudes al servicio de la reflexión, y no al del mero divertimento.
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domingo, 31 de enero de 2016
Lo mejor de 2015
Fotogramas:
Extranjeras | votos | puntos | |
1 | Mad Max: Furia en la carretera | 30 | 109 |
2 | Del revés | 26 | 83 |
3 | El Club | 20 | 60 |
4 | El Puente de los Espías | 19 | 54 |
5 | The Assassin | 15 | 64 |
6 | Puro vicio | 15 | 55 |
7 | Viaje a Sils Maria | 14 | 39 |
8 | El año más violento | 13 | 38 |
9 | Fuerza mayor | 12 | 30 |
10 | Leviatán | 10 | 26 |
11 | Eden | 10 | 25 |
12 | Birdman | 9 | 30 |
13 | Aguas tranquilas | 8 | 30 |
14 | Nightcrawler | 8 | 25 |
15 | It Follows | 8 | 19 |
Españolas | |||
1 | Truman | 47 | 179 |
2 | Negociador | 37 | 123 |
3 | Los exiliados románticos | 29 | 89 |
4 | La Novia | 23 | 90 |
5 | Isla Bonita | 21 | 51 |
6 | Un dia perfecte per volar | 20 | 62 |
7 | O futebol | 19 | 63 |
8 | Un día perfecto | 16 | 56 |
9 | El apóstata | 15 | 45 |
10 | El camino más largo para volver a casa | 15 | 43 |
11 | Anacleto: Agente secreto | 15 | 37 |
12 | El desconocido | 13 | 38 |
13 | B | 13 | 35 |
14 | Mi Gran Noche | 11 | 31 |
15 | Las altas presiones | 11 | 28 |
Caimán Cuadernos de cine:
Favoritas | votos | puntos | |
1 | The Assassin | 11 | 98 |
2 | Puro vicio | 9 | 62 |
3 | Phoenix | 6 | 39 |
4 | No Home Movie | 5 | 35 |
5 | Mad Max: Furia en la carretera | 5 | 33 |
6 | National Gallery | 5 | 30 |
7 | El año más violento | 5 | 28 |
8 | Qué difícil es ser un Dios | 5 | 23 |
9 | E agora? Lembra-me | 4 | 38 |
10 | El pequeño Quinquin | 4 | 30 |
11 | La profesora de parvulario | 4 | 24 |
12 | Maidan | 4 | 18 |
13 | Heimat. La otra tierra | 4 | 16 |
14 | Viaje a Sils Maria | 4 | 14 |
15 | Under the Skin | 4 | 13 |
16 | Amar, beber y cantar | 4 | 12 |
Inéditas | |||
1 | Sangue del mio sangue | 3 | 24 |
2 | The Treasure | 3 | 24 |
3 | Une jeunesse allemande | 3 | 21 |
4 | Visita ou Memórias e Confissões | 2 | 20 |
5 | The Thoughts Than Once we Had | 2 | 19 |
6 | L'Ombre des femmes | 2 | 17 |
7 | Park Lanes | 2 | 17 |
8 | Francofonia | 2 | 17 |
Rockdelux:
1 | Mad Max: Furia en la carretera |
2 | Puro vicio |
3 | The Assassin |
4 | Foxcatcher |
5 | Qué difícil es ser un Dios |
6 | Maps to the Stars |
7 | Del revés |
8 | It Follows |
9 | National Gallery |
10 | Pasolini |
11 | El club |
12 | El año más violento |
13 | Fuerza mayor |
14 | Edén |
15 | Viaje a Sils Maria |
16 | Langosta |
17 | Citizenfour |
18 | E agora? Lembra-me |
19 | Ex machina |
20 | Sicario |
21 | Leviatán |
22 | Los exiliados románticos |
23 | Red Army |
24 | Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia |
Votaciones de Caimán Cuadernos de Cine
Votante | Favoritas | Inéditas |
Fran Benavente |
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Javier H. Estrada |
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Carlos F. Heredero |
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José Antonio Hurtado |
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Eulàlia Iglesias |
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José Manuel López |
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Carlos Losilla |
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José Enrique Monterde |
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Gonzalo de Pedro |
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Jaime Pena |
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|
Àngel Quintana |
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|
Carlos Reviriego |
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|
Juanma Ruiz |
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Antonio Santamarina |
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Votaciones de Fotogramas
Votante | Españolas | Extranjeras |
Ricardo Aldarondo |
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Fernando Alomar |
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Carlos Alonso |
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Gerard Alonso I Cassadó |
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Andrés Arconada |
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|
Marta Armengou |
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Concha Barrigós |
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Jordi Batlle |
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Oskar Belategui |
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Gregorio Belinchón |
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Alberto Bermejo |
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Fernando Bernal |
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Lluís Bonet |
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Alejandro Calvo |
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Quim Casas |
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Conxita Casanovas |
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José María Clemente |
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Ramón Colom |
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Jordi Costa |
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Desirée De Fez |
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Eduardo De Vicente |
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Philipp Engel |
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Miguel Anxo Fernández |
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Fausto Fernández |
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Carlos F. Heredero |
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Edu Galán |
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Begoña García |
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Asier Gil |
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Àlex Gil |
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Nacho Gonzalo |
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Alex Gorina |
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Francisco Griñán |
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Maria Guerra |
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Andrea Gutiérrez |
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Javier H. Estrada |
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Eulàlia Iglesias |
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Toni Junyent |
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Violeta Kovacsics |
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Carmen L. Lobo |
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Tonio L. Alarcón |
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Carlos Losilla |
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Salvador Llopart |
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Carlos Marañón |
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Beatriz Martínez |
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Carlos Martínez |
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Luis Martínez López |
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Inma Merino |
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Antón Merikaetxebarría |
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Àlex Montoya |
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Blai Morell |
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Mr. Belvedere |
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Juan Pando |
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Pepe Nieves |
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Javier Ocaña |
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Jesús Palacios |
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Jaime Pena |
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Tino Pertierra |
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Anna Petrus |
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Roberto Piorno |
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Paula Ponga |
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Joan Pons |
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Carmen Puyó |
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Àngel Quintana |
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Xavier Roca |
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Oti Rodríguez Marchante |
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Àngel Sala |
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Nando Salvá |
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Roger Salvans |
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Sergi Sánchez |
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Gerardo Sánchez |
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Juan Sardá |
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Xavi Serra |
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Javier Suárez |
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Javier Tolentino |
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Mirito Torreiro |
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Antonio Trashorras |
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Toni Ulled |
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Pere Vall |
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Toni Vall |
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Vicente Vergara |
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Nuria Vidal |
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Manu Yáñez Murillo |
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Manuel Zapata |
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domingo, 3 de enero de 2016
The Assassin
Llama la atención que el cineasta chino Hou Hsiao-Hsien, tras El vuelo del globo rojo, haya permanecido casi ocho años sin realizar ningún largometraje y haya vuelto a las andadas escogiendo el cine de género (concretamente, el Wu Xia, o cine de artes marciales de época) y como resultado ofrezca una película más exigente con el espectador que sus habituales ejercicios de autor, fruto de eliminar toda la espectacularidad y el frenetismo que han aportado al género en recientes revivals otros reputados realizadores cercanos a Hsiao-Hsien como Ang Lee en Tigre y Dragón o Zhang Yimou en La maldición de la flor dorada. Aquí los combates a cargo de la protagonista del relato, Nie Yinniang (Shu Qi), suceden tras largas secuencias contemplativas, apenas dialogadas, y están planificados de manera breve, sin deleitarse con las coreografías, que muchas veces tienen lugar fuera de plano. Y es que Hou Hsiao-Hsien ofrece un estilo que parte de una total depuración formal en términos de planificación y puesta en escena, para después revertir esa depuración mediante un sofisticado diseño de producción y un exquisito barroquismo visual, obra de Mark Lee Ping Bin, tan virtuoso en su labor como director de fotografía que The Assassin, desde ese prólogo rodado en un intenso claroscuro en blanco y negro, hasta esos paisajes chinos de los minutos finales, pasando por rarezas como la secuencia de la cítara filmada con una deliberada saturación del color, termina siendo un vehículo para lucimiento Ping Bin, al tiempo que Hsiao-Hsien se muestra tanto más interesante en su film cuanto más sabe apropiarse de los logros de su colega (cf. esos planos velados mediante sedas y sombras, denotando que el espectador ocupa el lugar de Nie Yinniang, espiando la estancia), lo cual deviene insuficiente para mantener la narración. Y es que el director, salvo puntuales momentos como ese plano de la protagonista cubriéndose el rostro mientras llora, no siempre es capaz de utilizar las imágenes como elemento narrativo, y necesita que sus personajes repitan una y otra vez la suerte de sus protagonistas para poder sustentar la trama.
Nie yin niang - Hou Hsiao-Hsien - 2015 [ficha técnica] ... leer más
Nie yin niang - Hou Hsiao-Hsien - 2015 [ficha técnica] ... leer más
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