Aunque es fácil reconocer el cine de los hermanos Coen por su estilo o por determinadas señas formales, no puede decirse que los de Minnesota tengan fijación por un determinado género o tema de fondo. Esta dispersión se observa en toda su filmografía, pero basta con fijarnos en sus últimos tres largometrajes para encontrar un western, Valor de ley, un drama de corte biográfico, A propósito de Llewyn Davis, y una comedia, su último estreno ¡Ave, César!. Con todo, es posible encontrar paralelismos en trabajos como su debut Sangre fácil y su celebérrima Fargo, o entre su obra de consagración Muerte entre las flores y su homenaje al cine negro El hombre que nunca estuvo allí. En alguno de estos paralelismos, los autores ofrecen una continuación de sus ideas que ayuda a comprender sus películas como parte de un conjunto: aun recuerdo cuánto me decepcionó la que, en su momento, consideré la peor película de su filmografía, Crueldad intolerable, para luego encontrar que parte de su discurso servía como base para la excelente Quemar después de leer, lo que me hizo tomarme su precedente cómico-romántico algo más en serio. No puedo decir lo mismo de su segunda visitación del desalmado mercado de talentos de Hollywood, veinticinco años después de la sórdida y brillante Barton Fink, si no su mejor trabajo, sí el más redondo, que viene a complementarse ahora con una comedia a ratos divertida e hilarante, pero algo descafeinada en general, y carente de la mirada malsana que se espera en los Coen, pese a que los autores realizan un plausible trabajo en casi todas sus facetas: empezando por un guión estructurado en torno a un interesante personaje central, casi construido a medida de Josh Brolin (es curioso cómo su papel para Puro vicio recuerda al Eddie Mannix de ¡Ave, César!, al igual que el de Joaquin Phoenix para el film de Paul Thomas Anderson pareció inspirar a Woody Allen en Irrational Man); continuando con una apropiada ambientación deliberadamente kitsch, que recuerda en ocasiones a la frescura retro del cine de Wes Anderson, y finalizando en un cuidado trabajo de realización y puesta en escena, patente sobre todo en sus notables coreografías musicales. Con todo, como decimos, la suma de las partes resulta decepcionante en su imparcial visión de la época dorada de los grandes estudios, adoptando los Coen una postura que puede tomarse como un homenaje o como una parodia crítica, pero al mismo tiempo no termina de convencer desde ninguno de los dos puntos de vista.
Hail, Caesar! - Ethan Coen, Joel Coen - 2016 [ficha técnica]
martes, 1 de marzo de 2016
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