No le ha sentado bien del todo al cineasta norteamericano Terrence Malick romper con la desesperante cadencia de su labor como director, la que le obligaba a esperar varios lustros antes de completar su siguiente largometraje cinematográfico, pues el breve intervalo de poco más de un año transcurrido entre los estrenos de El árbol de la vida y To the Wonder delata una insuficiencia por parte de Malick a la hora de idear las líneas narrativas del proyecto que tiene entre manos. No es que los veinte años transcurridos entre Días del cielo y La delgada línea roja sean necesariamente los causantes de los méritos de esta última, sino que en tantos años el director tiene tiempo para meditar un relato sin caer en los errores argumentales de su último largometraje. Empezando por la pareja de personajes protagonistas, podríamos admitir el excesivo mutismo del personaje de Neil (Ben Affleck) como algo deliberado, pero la composición que la actriz Olga Kurylenko hace de la pareja de aquél, Marina, resulta mecánica y cargante hasta el exceso, presentándose como una especie de ninfa para el protagonista que no para de bailar y saltar de alegría jugando a ser perseguida por su pareja, y de buscar cierto encanto seductor (y esto es lo peor) mediante un exotismo de trazo grueso, intolerable en un largometraje firmado por alguien de la altura de miras de Terrence Malick. Porque si es ridículo ver a una joven parisina fascinarse por el colorido de las ferias rurales en la América profunda, o por el orden y limpieza de las estanterías de un supermercado americano, más chocante resulta la historia que Marina confiesa al también inmigrante Padre Quitanta (Javier Bardem), en torno a un marido que la dejó abandonada para irse a las Islas Canarias (sic) sin que una intolerante comunidad europea le reconozca la nulidad de su matrimonio, como si la joven procediera de una especie de régimen ultracatólico y encontrara en los Estados Unidos la meca del progresismo. Llegado este punto, no queda claro si el director ha querido referirse a la extranjería de la joven con una irónica mala uva, o en serio ve esto como algo normal en el mundo en que vivimos, más teniendo en cuenta que llega a subrayar todo esto durante los (breves, por suerte) minutos en los que otra joven, esta vez italiana (Romina Mondello), de una manera cargante a más no poder, encarna la conciencia de la protagonista recopilando todos los tópicos de la mujer latina.
No por casualidad, cuando mejor se disfrutan las virtudes de la labor de Malick, así como de todo su equipo técnico habitual (con mención especial a un Emmanuel Lubezki, de nuevo, muy inspirado a la hora de sacar partido fotográfico a su nerviosa steadicam), es en aquellas escenas de transición donde se nos introduce a los protagonistas (en el prólogo, Malick pasa de la cámara doméstica que los propios personajes utilizan, al formato en alta definición que ya no abandonará, dando forma a su historia de manera gradual), o cuando los protagonistas se separan y Marina desaparece de escena, no sólo en los minutos finales, donde vemos con desolación a la joven adentrarse en el oscuro túnel de un aeropuerto, también en el tramo central en el que Neil vive un affair con una rubia americana, Jane (Rachel McAdams), quien dura en escena lo justo para no sacar a relucir también la posible indefinición del personaje, haciendo la química entre los amantes mucho más creíble. Tal vez por ello resultan mucho más notables las ideas visuales que el director y sus colaboradores ponen en pantalla durante esos minutos. Por ejemplo, véase el preámbulo al encuentro con Jane donde bastan unas simples imágenes de un paisaje nevado en lo que parece un duro invierno para remarcar el tiempo transcurrido entre dos segmentos, por no hablar de cómo el director sabe encadenar los improvisados planos de miradas y encuentros entre los personajes para ir dibujando una relación cada vez más íntima entre ambos, sin necesidad de que las palabras nos hablen de ello, como tampoco son necesarias en la que es, sin duda, una de las mejores soluciones visuales de Malick, en el momento en el que Neil confiesa a Jane su pasado sentimental y la necesidad de rehacer su vida junto a su anterior pareja: en lugar de oir una confesión verbal del protagonista, vemos a la mujer entrando en una estancia a oscuras, con un mobiliario extraño, casi aterrador, lo que supone una abstracción de sus pensamientos ante esa revelación. Si Malick hubiera ofrecido la misma firmeza en el fondo que en la forma, estaríamos hablando de una de sus mejores películas.
To the Wonder - Terrence Malick - 2012 [ficha técnica]
No por casualidad, cuando mejor se disfrutan las virtudes de la labor de Malick, así como de todo su equipo técnico habitual (con mención especial a un Emmanuel Lubezki, de nuevo, muy inspirado a la hora de sacar partido fotográfico a su nerviosa steadicam), es en aquellas escenas de transición donde se nos introduce a los protagonistas (en el prólogo, Malick pasa de la cámara doméstica que los propios personajes utilizan, al formato en alta definición que ya no abandonará, dando forma a su historia de manera gradual), o cuando los protagonistas se separan y Marina desaparece de escena, no sólo en los minutos finales, donde vemos con desolación a la joven adentrarse en el oscuro túnel de un aeropuerto, también en el tramo central en el que Neil vive un affair con una rubia americana, Jane (Rachel McAdams), quien dura en escena lo justo para no sacar a relucir también la posible indefinición del personaje, haciendo la química entre los amantes mucho más creíble. Tal vez por ello resultan mucho más notables las ideas visuales que el director y sus colaboradores ponen en pantalla durante esos minutos. Por ejemplo, véase el preámbulo al encuentro con Jane donde bastan unas simples imágenes de un paisaje nevado en lo que parece un duro invierno para remarcar el tiempo transcurrido entre dos segmentos, por no hablar de cómo el director sabe encadenar los improvisados planos de miradas y encuentros entre los personajes para ir dibujando una relación cada vez más íntima entre ambos, sin necesidad de que las palabras nos hablen de ello, como tampoco son necesarias en la que es, sin duda, una de las mejores soluciones visuales de Malick, en el momento en el que Neil confiesa a Jane su pasado sentimental y la necesidad de rehacer su vida junto a su anterior pareja: en lugar de oir una confesión verbal del protagonista, vemos a la mujer entrando en una estancia a oscuras, con un mobiliario extraño, casi aterrador, lo que supone una abstracción de sus pensamientos ante esa revelación. Si Malick hubiera ofrecido la misma firmeza en el fondo que en la forma, estaríamos hablando de una de sus mejores películas.
To the Wonder - Terrence Malick - 2012 [ficha técnica]
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