Más allá de la inclusión en la banda sonora de algunos temas extraídos de la trastienda del spaghetti western (por ejemplo, y sin ir más lejos, la canción compuesta por Luis Bacalov para el film de Sergio Corbucci Django, que abre el film), y como era de esperar, no hay en Django desencadenado más referencia a las películas de vaqueros queridas por Quentin Tarantino que las que el realizador nos viene ofreciendo, sobre todo, desde Kill Bill vol. I. De hecho, el de Knoxville está tan imbuido en la devoción hacia sus supuestos modelos cinematográficos que empieza a ser mucho más cómodo encontrar los antecedentes a sus caprichos audiovisuales dentro de su propia filmografía que en la de los directores que, supuestamente, está homenajeando, copiando o parodiando (que cada cual elija el gerundio que le parezca más apropiado). Uno de los problemas que este peculiar western encuentra en su primera hora de metraje estriba en que el propio realizador, sólo o con la ayuda de un poco experto Fred Raskin en las labores de montaje (en sustitución de Sally Menke, inseparable colaboradora hasta su fallecimiento en 2010), parece empeñado en ofrecer al espectador, no las decisiones audiovisuales más adecuadas para el relato narrado, sino los zooms, travellings y cortes que el espectador espera encontrar en un estreno de este tipo. Con todo, el cineasta se aprovecha del efectismo que esto le ofrece para que su film no resulte aburrido, a pesar de sus excesos, durante el largo tramo introductorio donde se describe el primer encuentro entre el caza-recompensas alemán King Schultz (Christoph Waltz) y el esclavo afroamericano Django (Jamie Foxx), y cómo éste se va formando como infalible y sanguinario pistolero tomando a Schultz como mentor.
Pero, como ya demostró en Malditos bastardos, donde Tarantino demuestra verdaderamente su valía como narrador cinematográfico es en las largas secuencias, desarrolladas a partir de elaborados diálogos. Por ello, toda la parte central del film, que coincide con la aparición del personaje de Calvin Candie, interpretado por Leonardo DiCaprio (asimismo, alguien más esforzado en encajar como "actor de Tarantino" que en buscar credibilidad para su personaje), se va haciendo cada vez más interesante en sí misma considerada, sin necesidad de buscar referencias a terceros, hasta culminar en el largo segmento de la cena en la mansión de Candie, donde el director, apoyado en magníficas intervenciones como la de un Samuel L. Jackson (éste sí) completamente entregado a su personaje, sabe contener con destreza la tensión del momento en beneficio de la narración. No en vano, estas situaciones culminan en un nuevo e hiper-violento pasaje con armas de fuego, no exento de subrayados y golpes de efecto, que sin embargo ahora funciona a otro nivel, acaso por ofrecer un estallido lógico a todo el suspense acumulado.
Por último, apuntar la vuelta de Tarantino como actor dirigido por sí mismo, en el preámbulo de lo que supondrá el tramo final de su película. Allí, vemos a su personaje portando unos cartuchos de dinamita poco antes de ser disparado por el protagonista haciendo que el pobre hombre estalle de manera cómica. Viendo que, a partir de aquí, la película recuperará, e incluso superará, la locura pirotécnica del primer tramo, no cuesta ver en la desaparición de Tarantino como personaje una metáfora del director desintegrándose a todos los niveles para dejar de ejercer la labor de alguien que puede ser, si se lo propone, el mejor en su oficio, y permitir que su cine se entregue a la locura que esperan sus seguidores.
Django Unchained - Quentin Tarantino - 2012 [ficha técnica]
jueves, 14 de febrero de 2013
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