Tras el unánime aplauso recibido por Leonardo Dicaprio y su interpretación de Hugh Glass, el desafortunado protagonista de El renacido, muchos han sabido ver (y con razón) en la encarnación que Tom Hardy hace de John Fitzgerald, principal enemigo del anterior, un trabajo actoral incluso superior. Del mismo modo, yo encuentro en la película otro duelo profesional similar al de Dicaprio / Hardy, me refiero al que surge de la colaboración entre un Alejandro G. Iñárritu que parece haberse llevado la mayor parte de la fama, y el compatriota de éste e igualmente aplaudido, aunque de manera menos sonada, Emmanuel Lubezki. A mi parecer, hay que reconocer la enorme aportación de Lubezki hacia los directores con los que colabora; así, si nos centramos en la carrera de los dos realizadores mejicanos de mayor prestigio en la actualidad, el mencionado Iñárritu y Alonso Cuarón, se hace notable la influencia que en su manera de rodar películas tiene la labor de Lubezki como operador de cámara: en el caso de Cuarón, el uso del plano secuencia con la áspera iluminación de Lubezki que vimos en Hijos de los hombres se ha convertido casi en una marca de autor cuya cumbre sería la espectacular Gravity, mientras que Iñárritu, tras separarse de su habitual guionista, Guillermo Arriaga (en una colaboración cuyos resultados, a mi juicio, fueron de más a menos), ha sustituido su virtuosismo narrativo, con unos juegos con el tiempo de la ficción cada vez más superficiales y gratuitos, por un virtuosismo como realizador que llevó hasta su extremo en Birdman, pero que también es notorio, ya desde sus primeras secuencias, en El renacido. Allí es donde Lubezki se presenta ya como un posible co-autor de la película, con esa manera de iluminar el bosque en el que se mueven los personajes que lo convierte en un entorno enigmático e inhóspito, al tiempo que facilita el gusto del realizador por encarar la violencia física de una manera muy frontal. Sin embargo, y he aquí uno de los problemas de El renacido, la labor de Lubezki no va más allá, y termina siendo un mero facilitador, cuyo trabajo hace que la violencia tenga un enorme realismo de forma, pero no de fondo: incluso en la portentosa secuencia del ataque del oso, el espectador tiene la impresión de que se construye anteponiendo el espectáculo por delante del realismo. El problema final es cuando sus artífices tampoco ofrecen a la audiencia un producto que resulte simplemente espectacular y entretenido. El film termina siendo víctima de su propia vanidad, y cae en esa inexplicable tendencia a asociar el cine "de calidad" con una duración por encima de los ciento cincuenta minutos. Así, cuanto más avanza la aventura de Hugh Glass, mayor es la sensación de que a la cinta le sobran metros.
The Revenant - Alejandro G. Iñárritu - 2015 [ficha técnica]
lunes, 9 de mayo de 2016
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