Puede que no sea significativo tratándose de un director que ha diversificado tanto su obra como Richard Linlklater, pero es importante señalar que Boyhood unifica, al menos, dos de las marcas del cineasta, que son 1) el estilo de falso documental expuesto en alguno de sus trabajos y 2) la idea que ha terminado dando fama a la serie iniciada con Antes de amanecer, es decir, el desarrollo de una ficción dilatada en el tiempo, contando con los mismos actores en etapas reales que corresponden a la edad de los personajes que interpretan. Si aquella película terminó convirtiéndose en trilogía sin estar previsto inicialmente por su autor, en el caso de Boyhood el proyecto sí fue concebido desde un principio como lo que finalmente ha sido, esto es, un film rodado durante más de una década donde mostrar de forma realista el crecimiento y aprendizaje de Mason Junior (Ellar Coltrane), un niño que al principio de la filmación tiene seis años, acompañado de su hermana Samantha (interpretada por Lorelei Linklater, hija del director), y también donde dar fe del envejecimiento de su madre (Patricia Arquette) y su padre (Ethan Hawke). Visto así, sorprende que Linklater no anticipara un plan de proyecto claro, apostando por una tendencia a la improvisación, a juzgar por las escasas referencias filmadas entre las diferentes épocas: por poner un ejemplo, cuando Mason le reprocha a su padre no haber conservado el coche que prometió regalarle cuando cumpliera dieciséis años, nos encontramos con que Linklater no grabó esta conversación cuando Mason era todavía un niño. Tal vez la única excepción la tenemos en el momento en que la madre recomienda a un joven latino que trabaja en su casa que se matricule en la escuela y, años después, éste le agradece el consejo,convertido en encargado de un restaurante, una situación que produce justo el efecto contrario, es decir, la sensación de que Linklater decidió recuperar el personaje a posteriori e introducir la secuencia con calzador, precisamente en un momento donde la película pasa por sus peores baches narrativos.
Porque cuando mejor funciona Boyhood es en su primera mitad, cuando Mason es un niño que descubre la vida con fascinación junto a su hermana y amigos (escenas tan simples y directas como la de la convención de Harry Potter tienen una enorme fuerza en ese sentido), o cuando tiene que enfrentarse a los problemas del mundo de los adultos: como ejemplo, valga el tramo en el que su primer padrastro se va convirtiendo en el personaje más hostil de la película, hasta convertir su hogar en un infierno, un segmento del film casi magistral en el uso de la elipsis y del fuera de cuadro, y compárese con la etapa correspondiente al siguiente matrimonio de su madre, un segmento no malogrado pero sí mucho menos conseguido que el anterior, en parte también por el desencanto que va adquiriendo el actor Ellar Coltrane conforme atraviesa la adolescencia. Con todo, no deja de resultar interesante en ese tramo el compromiso que Rosana Arquette y Ethan Hawke adquieren hacia sus personajes, ofreciendo con toda sinceridad las marcas de la vejez, sobre todo por lo que este compromiso tiene de autobiográfico y, sobre todo en el caso de Hawke, por cómo estos detalles hablan también de la vida del propio Linklater. Véase cómo Hawke hace participes a sus hijos en una campaña pro-Obama, más o menos en una época en la que Linklater se había ganado cierta fama como director activista con Fast Food Nation, y cómo al final el personaje termina casándose con una mujer católica de padres ultra-conservadores, en el extremo republicano del mapa político estadounidense, sin dar el personaje más importancia a la ideología de sus padres políticos que al afecto que siente por su mujer. Como el personaje, también Linklater adquiere en un film tan contemplativo como Boyhood una aptitud más conciliadora ante la vida, y una manera más amigable de contar su visión de las cosas mediante el lenguaje cinematográfico.
Boyhood - Richard Linklater - 2014 [ficha técnica]
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viernes, 31 de octubre de 2014
lunes, 27 de octubre de 2014
Perdida
Bien el guion de Perdida, escrito por Gillian Flynn adaptando su propia novela, o bien la lectura que el prestigioso cineasta David Fincher hace de dicho guion, ofrece al menos dos aspectos que rozan lo que podríamos considerar desleal para la audiencia. Por un lado, sobre todo en sus primeros compases, los artífices del film insisten en presentar una serie de situaciones breves que juegan con la intuición del espectador para darle pistas de dudosa credibilidad sobre el caso de la desaparición de Amy Dunne (Rosamund Pike), con el fin de apuntar hacia su marido Nick (Ben Affleck) como principal sospechoso: por citar unas cuantas, véase cómo Nick se preocupa de que su gato permanezca encerrado en una habitación mientras la policía examina el lugar de los hechos; cómo el personaje provoca que salten las alarmas cuando cruza un detector de metales o entra en la cabaña de su padre; incluso en la escena del discurso ante los medios de comunicación Affleck, con sus estudiadas pausas ("I did not... have..."), parece imitar a Bill Clinton en aquellas primeras comparecencias donde negaba haber tenido relaciones sexuales con Monica Lewinsky... Sin embargo, nada hay que reprochar a Fincher o Flynn sobre estos detalles ya que cualquiera de ellos encajan tanto en la hipótesis de inocencia de Nick como en la de su culpabilidad.
El otro aspecto negativo lo encontramos en la segunda mitad de un relato cuya ambiciosa construcción basada en giros y sorpresas se toma demasiadas licencias a la hora de atar cabos, hasta el punto de que los propios personajes principales critican a las autoridades cuestionando la cantidad de inconsistencias que deja la resolución "oficial" del caso. No obstante, lo que hace grande esta vez a la labor de Fincher es que ofrece un entretenido resultado donde lo más importante no es la trama detectivesca sino la inteligente lectura que subyace bajo esa trama. Fincher juega brillantemente con la auto-referencia (esos primeros minutos en la que los personajes se enamoran parecen rescatados de El curioso caso de Benjamin Button) y con el tiempo narrativo para ir incrementando la atmósfera malsana de la película, llevando la historia desde dos puntos de vista enfrentados, con los que consigue que simpaticemos alternativamente. Primero, situando al personaje de Affleck como un figurante desvalido en medio de una situación kafkiana, fruto de un mundo gobernado por los hombres que, para equilibrar la balanza, de vez en cuando pone en el punto de mira social a incautos como Nick (en más de una ocasión, se palpa en la atmósfera algo que él también advierte: que todas las mujeres están en su contra).
Pero si Affleck, con su porte de inofensivo grandullón, cumple con lo requerido para el papel, el actor se ve superado a todas luces por el trabajo de una acertadísima Rosamund Pike bajo la piel de Amy: la actriz no solo aporta la metamorfosis física que requiere el personaje (aparte de engordar y maquillar su rostro, cambia radicalmente su refinado acento de Nueva York y su manera de moverse), también realiza una composición interna del personaje que va mutando en las diferentes etapas de la trama, y que facilita que Perdida tenga tiempo para dar a Amy su parte de razón, máxime tras escuchar a Amy maldecir cómo, con el paso del tiempo, se ha convertido en una mera mascota sexual para su compañero. Al final, lo que encubre Fincher tras este best-seller es una amarga historia contra los convencionalismos que tiene que sufrir una pareja de clase acomodada, utilizando un camino menos directo, pero igual de acertado, que el empleado por su colega Sam Mendes en films como American Beauty o Revolutionary Road. No es casual que la imagen elegida para abrir y cerrar el relato nos muestre la siempre misteriosa pose de Amy mientras escuchamos a Nick cuestionarse "cuánto daño nos hemos hecho, cuánto daño nos haremos". Perdida ofrece una de las tesis contra el matrimonio más desoladoras de cuantas ha dado el cine americano en muchos años.
Gone Girl - David Fincher - 2014 [ficha técnica] ... leer más
El otro aspecto negativo lo encontramos en la segunda mitad de un relato cuya ambiciosa construcción basada en giros y sorpresas se toma demasiadas licencias a la hora de atar cabos, hasta el punto de que los propios personajes principales critican a las autoridades cuestionando la cantidad de inconsistencias que deja la resolución "oficial" del caso. No obstante, lo que hace grande esta vez a la labor de Fincher es que ofrece un entretenido resultado donde lo más importante no es la trama detectivesca sino la inteligente lectura que subyace bajo esa trama. Fincher juega brillantemente con la auto-referencia (esos primeros minutos en la que los personajes se enamoran parecen rescatados de El curioso caso de Benjamin Button) y con el tiempo narrativo para ir incrementando la atmósfera malsana de la película, llevando la historia desde dos puntos de vista enfrentados, con los que consigue que simpaticemos alternativamente. Primero, situando al personaje de Affleck como un figurante desvalido en medio de una situación kafkiana, fruto de un mundo gobernado por los hombres que, para equilibrar la balanza, de vez en cuando pone en el punto de mira social a incautos como Nick (en más de una ocasión, se palpa en la atmósfera algo que él también advierte: que todas las mujeres están en su contra).
Pero si Affleck, con su porte de inofensivo grandullón, cumple con lo requerido para el papel, el actor se ve superado a todas luces por el trabajo de una acertadísima Rosamund Pike bajo la piel de Amy: la actriz no solo aporta la metamorfosis física que requiere el personaje (aparte de engordar y maquillar su rostro, cambia radicalmente su refinado acento de Nueva York y su manera de moverse), también realiza una composición interna del personaje que va mutando en las diferentes etapas de la trama, y que facilita que Perdida tenga tiempo para dar a Amy su parte de razón, máxime tras escuchar a Amy maldecir cómo, con el paso del tiempo, se ha convertido en una mera mascota sexual para su compañero. Al final, lo que encubre Fincher tras este best-seller es una amarga historia contra los convencionalismos que tiene que sufrir una pareja de clase acomodada, utilizando un camino menos directo, pero igual de acertado, que el empleado por su colega Sam Mendes en films como American Beauty o Revolutionary Road. No es casual que la imagen elegida para abrir y cerrar el relato nos muestre la siempre misteriosa pose de Amy mientras escuchamos a Nick cuestionarse "cuánto daño nos hemos hecho, cuánto daño nos haremos". Perdida ofrece una de las tesis contra el matrimonio más desoladoras de cuantas ha dado el cine americano en muchos años.
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Etiquetas:
estrenos 2014
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