Como ocurre con muchas otras series de televisión, la primera temporada de Juego de tronos representa la quintaesencia del dispendio narrativo, del alargamiento temporal de un relato a base de ofrecer tramas paralelas cuyo avance se dosifica con astucia. El prólogo del primer episodio muestra un pequeño grupo de exploradores abandonando los límites de un gigantesco muro de hielo, para adentrarse en un bosque nevado en el cual serán atacados por unos seres con rasgos sobrenaturales. Más adelante sabremos que estos seres son los "caminantes blancos", a cuya existencia se remitirá de manera intermitente a lo largo de la serie hasta que, casi al final del último episodio, un grupo de "guardianes" mucho más numeroso decida salir a investigar qué ocurre realmente. Son casi diez horas de metraje durante las cuales, en lo que respecta a esa subtrama, no se ha avanzado prácticamente nada, apenas presentando el que presumiblemente sea el personaje más importante si este grupo llegara a encarar a los caminantes, Jon Snow (Kit Harington), el cual vivirá su etapa de entrenamiento como guardián del muro rodeado de un grupo de jóvenes que protagonizarán los momentos más prescindibles de la función: secuencias como la deserción de Jon perseguido por sus compañeros para disuadirle, o alguna de las que describen su relación con el desvalido Samwell Tarly (John Bradley) hubieran sido extirpadas sin problema en un film de duración convencional sin que se hubiera visto resentido el conjunto. He aquí uno de los aspectos donde el formato del largometraje cinematográfico sigue ganando la partida al de serie de televisión, y es que la limitada duración de un largometraje exige al cineasta una serie de reglas de economía narrativa que, normalmente, se traducen en un aprovechamiento mucho más óptimo de los recursos lingüísticos.
Si la serie arranca con un hecho secundario, la secuencia de cierre de la temporada forma parte de otra subtrama que, en términos absolutos, tiene una importancia no menos marginal en el relato. Me refiero a la historia de Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) y su drama como "khaleesi" (reina) de la tribu Dothraki, la cual se verá relacionada con los personajes supuestamente principales de manera anecdótica (cuando está a punto de ser envenenada por un falso comerciante), mientras que el desenlace de este relato surge dentro del mismo, cuando su esposo, el "Khal" Drogo (Jason Momoa), es herido en el pecho mientras pelea con un insurgente (al que asesina de manera despiadada) si bien las heridas ocasionadas durante la pelea le llevarán a un fatídico final que arrastrará a su esposa, dando lugar a un abrupto giro final que anticipa un curso de los acontecimientos muy diferente en la segunda temporada. Y es que el relato central de estos diez primeros episodios, al final, produce la sensación en el espectador de no haber sido el más importante, si bien consigue engancharle con una exposición de intrigas palaciegas donde cada vez más personajes conspiran para suceder/sustituir al rey Robert Baratheon (interpretado por un irreconocible y formidable Mark Addy) y a su consejero Eddard Stark (con el rostro de un más que correcto Sean Bean), intrigas extraídas del tomo original (que no he leído) de George R.R. Martin adaptado por David Benioff y D.B. Weiss, en la que se adivinan influencias de la novela histórica de Robert Graves: como en Yo, Claudio, aquí no faltan ni la lujuria de la aristocracia ni los asesinatos dinásticos motivados por el ansia de poder, así como las relaciones incestuosas en pos de una conservación enfermiza de la pureza del linaje; además, hay algo de la locura de los emperadores de Graves reflejado en los reyes presentes y pretéritos de esta serie, que concluye con la incorporación al trono del adolescente Joffrey Baratheon (Jack Gleeson) cuya ignorancia atroz, apuntada en los últimos capítulos, asemeja sus actos a los del tercero de los emperadores de Graves, el también joven Calígula.
Como suele ser habitual, aquí lo más importante es el guión escrito por Benioff y Weiss, los así llamados "creadores" de Juego de tronos, donde se cuidan sobre todo los diálogos y la presencia de los personajes, también gracias a la dirección de casting y a un maquillaje que respeta las facciones naturales de cada actor (dando un toque adicional de calidad que hace que la serie sobresalga entre las ficciones de época), aunque tiene inevitablemente alguno de estos personajes un empaque mucho más logrado que el resto, como es el caso del citado rey Robert, o de su yerno, el enano Tyrion Lannister (Peter Dinklage), mientras que otros como Samwell o el hermano de Daenerys, Viserys Targaryen (Harry Lloyd), se resuelven mediante clichés. También como es habitual, este trabajado guión es asignado a un grupo de directores en nómina de HBO, cuya labor se limita a una puesta en escena muy funcional, que no desentona cuando la historia avanza mediante diálogos (que suele ser la mayor parte del tiempo), si bien se dan leves diferencias entre uno y otro cuando tienen lugar las escenas de acción. Curiosamente, es en manos de Timothy Van Patten, el realizador encargado de arrancar el proyecto (episodios uno y dos), donde la ambientación se hace más inverosímil, debido a los problemas que tiene éste con las escenografías de tamaño medio: compárese el aspecto cartón-piedra de secuencias como la de la boda dothraki con otras resueltas en manos de Brian Kirk, que recoge el testigo de Van Patten en los episodios tres, cuatro y cinco, como son las escenas de los torneos a caballo, en las que Kirk, a diferencia de su antecesor, sabe colocar la cámara en el lugar donde menos delate la carencias de producción. Algo que tanto estos dos realizadores como Daniel Minahan, sustituto del segundo, añaden al obligatorio reguero de escenas de sexo y desnudos (al parecer, la forma más directa hoy en día de dar a entender que se trata de entretenimiento para adultos) es un encaramiento muy frontal de la violencia (cuidando, eso sí, de no atravesar ciertas barreras prohibidas: cuando toca matar a un niño, la muerte tiene lugar mediante una elipsis o con escaso naturalismo), pero es en manos de Alan Taylor, responsable de los minutos finales, donde la serie alcanza sus tonos más sombríos. Taylor lo deja claro ya en los primeros minutos del episodio nueve, cuando Eddard Stark recibe una visita en la oscura mazmorra en la que se encuentra recluido y el realizador lo planifica jugando con la silueta en penumbra del personaje y los movimientos de la antorcha del visitante, pequeños matices que marcan la diferencia entre la labor de Taylor con la de sus precursores y en los que puede que se encuentre la razón por la cual, después de ocho episodios, parece que estemos asistiendo al origen del relato. No en vano, es Alan Taylor el encargado de retomar la serie, al menos, en los dos primeros capítulos de la siguiente temporada.
Game of Thrones - Timothy Van Patten, Brian Kirk, Daniel Minahan, Alan Taylor - 2011 [ficha técnica]
viernes, 6 de enero de 2012
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Entonces te ha molado?
ResponderEliminarDigamos que me ha entretenido y me ha enganchado, pero no me ha fascinado. No sé si ésa era la intención de Benioff y Weiss, pero sí es algo que deben de esperar en HBO cuando deciden que el director es una figura secundaria y reemplazable.
ResponderEliminarPues opino que el hecho de que una historia tan larga (varios libros o varias temporadas) comience con una subtrama como.tú dices es aún más interesante, pues vas descubriendo asuntos más importantes a medida que avanza la historia. A mi, al menos, me lo parece así.
ResponderEliminar¿No te da la impresión de que la historia se hincha artificialmente para que ocupe diez episodios de una hora? ¿No crees que le sobre nada? ¿No podía haberse contado en dos o tres películas de hora y media completamente independientes entre sí? En definitiva ¿la historia es así de larga "porque sí" o hay realmente un motivo narrativo para ello?
EliminarGracias por el comentario.
Los fans de Juego de Tronos coleccionan con pasión las armas de la serie, transformando su pasión en piezas icónicas que evocan el fascinante mundo de Poniente.
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