Si es difícil redactar una lista con las mejores películas de un determinado año, cuánto más no será hacer una lista con lo mejor de toda una década. Para facilitarme esta tarea, me he impuesto la regla de no incluir películas no estrenadas en salas comerciales españolas, dejando fuera al menos dos que considero fundamentales: No quarto da Vanda y Ten (no conozco los trabajos posteriores de Pedro Costa ni Abbas Kiarostami, al parecer, igualmente notables). Con todo, ha supuesto una verdadera tortura reducir mi lista a diez títulos, por ello, a la hora de establecer desempates he intentado favorecer a aquellas películas que no han sido ya recomendadas en otras listas publicadas aquí, razón por la cual han quedado fuera de mi lista cinco películas cuya ausencia me ha resultado especialmente dolorosa: ¡Olvídate de mí!, Saraband, Caché, Tropical Malady y Naturaleza muerta.
Mi lista está redactada en orden cronológico:
El arca rusa (Russkiy kovcheg, Aleksandr Sokurov, 2002)
El hecho de que El arca rusa fuera rodada en un único y dificilísimo plano secuencia de noventa minutos hace que, a menudo, se vea como un ejercicio de virtuosismo y no se reconozca el mérito artístico de la propuesta de Alexandr Sokurov, quien asimila el encargo de filmar una especie de homenaje al Museo del Hermitage para ofrecer, ayudado por un único operador de Steadicam, un estilizado tributo a la grandeza del pueblo ruso a lo largo de más de treinta estancias del museo, incluyendo su exterior en el gélido invierno de San Petersburgo. La imposible dificultad de su puesta en escena no es en absoluto un fin, sino un medio, ya que la continuidad ininterrumpida de un único plano subraya el carácter etéreo del paso del tiempo desde una perspectiva histórica.
Spider (Spider, David Cronenberg, 2002)
Se ha dicho muchas veces que David Cronenberg es el cineasta de "lo orgánico", alguien en cuyo cine la carne humana tiene una función vital. Sólo de esta manera se explica que esta obra maestra haya sido, a la larga, enterrada por la fama de sus posteriores Una historia de violencia y Promesas del Este, ya que en Spider Cronenberg abandona su habitual fijación por la carne para hacer un estudio de la mente y la memoria. En cualquier caso, no hay nada de insólito de ello: el director canadiense examina el cuadro mental del esquizofrénico protagonista que da nombre al film (un introvertido Ralph Fiennes) como si observara cicatrices en un cuerpo, y las telas de araña que Spider confecciona fruto de su locura le sirven a Cronenberg como metáfora del alambicado perfil psicológico del personaje, cuya esquizofrenia proviene tanto de una oscura paranoia como de un fatalista complejo de Edipo.
Las horas del día (Las horas del día, Jaime Rosales, 2003)
A mi juicio, Jaime Rosales ha sido el director español más importante de la década. Sus tres largometrajes serían suficientes para explicar tres etapas en la carrera de un cineasta normal: fase de aprendizaje (Las horas del día), fase de consagración (La soledad) y fase de experimentación (Tiro en la cabeza). Siendo La soledad un film no menos interesante y mucho mejor acabado en términos académicos, siempre he preferido Las horas del día porque es un perfecto reflejo de la sociedad española de principios del siglo XXI (allí están los problemas de emancipación, la precariedad laboral, la movilidad social o el bombazo inmobiliario), y también porque Rosales supo conjugar la enorme madurez de su discurso con una frescura de debutante que ya no tendría en sus siguientes trabajos. Se ha dicho muchas veces que la historia de Abel (Àlex Brendemühl) es el relato de la vida normal de un asesino en serie cuando, en realidad, lo que se narra es una existencia tan apática que llega a resultar aterradora.
Mystic River (Mystic River, Clint Eastwood, 2003)
Mystic River vendría a ser la última de las películas que Clint Eastwood rodó entre décadas con pretensiones, en principio, más alimenticias (Ejecución inminente, Space Cowboys y Deuda de sangre) así como la primera en una etapa donde el director ofrece una serie de dramas (disfrazados de diversos géneros, incluidos el bélico) que serían incondicionalmente aplaudidos por la crítica internacional. Lo mejor de Mystic River es que toma lo mejor de uno y otro periodo, llegando a ser tan magistral como sus posteriores trabajos pero llenando los baches narrativos de aquellos con una intriga policíaca que se va desarrollando vertiginosamente. En el camino nos regala uno de los mejores repartos corales que ha dado el cine americano en mucho tiempo y alguna de las escenas más sobrecogedoras que ha rodado su director.
El secreto de Vera Drake (Vera Drake, Mike Leigh, 2004)
Considero que Vera Drake es la mejor película de un director con una filmografía sobresaliente. Mike Leigh observa aquí a sus personajes en sociedad como si se tratara de un científico examinando una muestra en un microscopio, dentro de la cual destaca una protagonista de una humanidad atroz que en ningún momento es juzgada pese a la ingenuidad de sus actos y las terribles consecuencias que estos pudieran tener. El hecho de que el cine de Leigh abandone aquí la escena social contemporánea para trasladarse al Londres de los años cincuenta hace que la película necesite un diseño de producción más trabajado, lo cual se traduce en un abandono del punto de improvisación habitual en el director para desarrollar un trabajo de planificación y puesta en escena cercano a la perfección.
Match Point (Match Point, Woody Allen, 2005)
Paradójicamente, la película menos "alleniana" de Woody Allen es la mejor película que el director ha concebido en mucho tiempo y, tal vez (a juzgar por sus posteriores trabajos), su última gran película. Su primera incursión en un escenario ajeno a su Nueva York natal y en un paisaje social distinto a su habitual círculo de personajes progres y acomplejados, hace que Woody Allen emplee una mirada iniciática que se traduce en uno de los trabajos más visuales de toda su carrera, donde prima el estudio de los grandes escenarios y de los pequeños gestos por encima de los diálogos. Es un error, por otro lado, definir el discurso del film como un tratado sobre el azar (tal y como puede concluirse tras una lectura superficial), ya que Match Point encierra un incisivo relato sobre la culpabilidad, sobre la moral y sobre el dilema del hombre moderno que se debate entre la ascensión social y sus más básicos instintos sexuales.
En la ciudad de Sylvia (En la ciudad de Sylvia, José Luis Guerín, 2007)
Que en esta década no hayamos podido disfrutar de ningún largometraje de Víctor Erice (El embrujo de Shangai terminó tristemente en manos de un pretencioso Fernando Trueba) no significa que no hayan proliferado sus discípulos. Entre ellos, el más aplicado es (y ha sido siempre) José Luis Guerín, quien nos ha ofrecido dos películas admirables: En construcción, una especie de mirada amable y complementaria al neorrealismo de Pedro Costa, y En la ciudad de Sylvia, film en la tradición de sus anteriores Tren de sombras e Innisfree, trabajos donde Guerín lograba dar la vuelta al proceso narrativo "natural", al conseguir narrar el discurso y ocultar el relato. Estrasburgo, la ciudad donde el protagonista de este film persigue a la misteriosa Sylvia, sirve a Guerín como escenario de su ensayo sobre el artificio cinematográfico, intentando comprender su ilusionismo desde un punto de vista físico, una labor que podría quedarse en un mero trabajo de divulgación pero que, en manos de Guerín, resulta romántico y fascinante.
Luz silenciosa (Stellet licht, Carlos Reygadas, 2007)
La grandeza del cine de Dreyer es tal que su legado no puede sino producir obras, si no maestras, al menos fascinantes y apasionadas. Sin embargo, el toque de modernidad existente en films dreyerianos como Rompiendo las olas o La cinta blanca hace que en sus imágenes parezca haberse perdido parte de la espiritualidad original. Luz silenciosa de Carlos Reygadas no huye de las corrientes de su tiempo, pero con esta asimilación no pierde la pureza de las imágenes de clásicos como Ordet o Dies Irae: su relato, frío y sobrecogedor a ratos, es un emotivo elogio del amor entendido como implacable fuerza de la naturaleza.
WALL·E (WALL·E, Andrew Stanton, 2008)
WALL·E no sólo es una película paradigmática del quehacer de los Estudios Pixar, en el sentido de que es un inigualable ejemplo de cine de entretenimiento concebido no solamente como producto susceptible de producir cuantiosos beneficios, sino con un admirable amor hacia el trabajo artesanal bien hecho que roza la perfección; también es un canto al cine primitivo desde la óptica de la ultramodernidad de la imagen de síntesis, que hereda las formas de los primeros maestros del cine silente y de los que, como Jacques Tati, a la postre, nunca dejaron de creer en él. Pero lo que hace realmente grande a la cinta de Andrew Stanton es su acertada manera de adscribirse a los clásicos de la ciencia ficción al plantear una desoladora utopía que es (como toda buena utopía) reflejo de nuestro propio mundo y, a un mismo tiempo, advertencia de lo que nos depara el futuro.
Anticristo (Antichrist, Lars von Trier, 2009)
Muchas veces me he quejado aquí de que las listas con lo mejor de la década se han redactado precipitadamente (por ejemplo, la lista de la Cinemateca de Ontario se elaboró a mediados de 2009), con lo cual las películas elegidas rara vez pertenecen a los últimos años del decenio. A la hora de incluir esta película entre mis favoritas puede que esté haciendo algo de lo que pueda arrepentirme en un futuro ya que, parafraseando a Diego Salgado, todavía no soy capaz de determinar si Anticristo es la obra de un genio o la de un perturbado. En cualquier caso, sí que creo que ésta es la película más interesante de las rodadas por el controvertido Lars Von Trier en los últimos diez años, un film cuya autocomparación con el cine del genial (éste sí) Andréi Tarkovski no es, en absoluto, una exageración.
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