India, aparte de sede de la industria del cine más importante del mundo en términos de resultados en taquilla y número de películas producidas, es también un país cuya cinematografía (me refiero sólo al cine comercial) está gravemente herida por la censura y seriamente perjudicada por su público. De hecho, el secreto para producir tal cantidad de películas (entre ochocientos y mil largometrajes anuales) estriba en que casi todas ellas repiten efectistas fórmulas narrativas. Sin embargo, debido a esa regla no escrita que dice que siempre que algo tenga un seguimiento masivo debe haber alguien de renombre que proponga tratarlo con seriedad (por ejemplo, Tarantino y su pasión por el cine de artes marciales de Hong Kong o por el blaxploitation, o Burton y su antigua fijación por la serie B más casposa), independientemente de la calidad del producto original (¿para cuándo un cine de autor basado en culebrones venezolanos?), de un tiempo a esta parte muchos parecen empeñados en reivindicar la denominación de origen Bollywood como sello de calidad, no consiguiendo así otra cosa que rebajar la posible seriedad de sus propuestas (podemos citar a Mira Nair con su sobrevalorada La boda del Monzón, a Gurinder Chada adaptando a Jane Austen en Bodas y prejuicios o a la desconocida Daisy von Scherler Mayer y su olvidable comedia El gurú del sexo). Y ese mismo problema lo tiene Slumdog Millionaire.
El último film de Danny Boyle arranca con un indudable interés que se va apagando progresivamente, a medida que sus responsables se van rindiendo a los tópicos del cine de masas producido en la India. Los primeros compases de la historia dibujan un escenario donde los niños son los principales perjudicados por un sistema económico y social marcado por las mafias y la corrupción policial. Tanto la historia inicial como el tratamiento que Slumdog Millionaire hace de los barrios marginales de una metrópolis como Bombay recuerda bastante a la descripción de las favelas de Ciudad de Dios. Por desgracia, en la trama de Danny Boyle falta una historia como la de Paulo Lins, por lo que Slumdog Millionaire se termina centrando en un paupérrimo folletín acerca del amor entre el joven Jamal (Dev Patel) y la bella Latika (Freida Pinto), que resulta tan excesivamente näif como lo requiere su carácter de homenaje: esto es un canto a Bollywood y hay que llevarlo hasta el último extremo (y, como muestra, valga su innecesario epílogo en el que una multitud baila una tonta coreografía).
El otro gran problema de Slumdog Millionaire es que está filmada con un punto de vista extranjero, casi turístico. Ignoro la razón por la cual figura la directora de casting Loveleen Tandan como codirectora del producto, o hasta dónde ha delegado Boyle en la segunda unidad, lo cierto es que en el film se nota la mano de alguien que visita el escenario por primera vez. Boyle, cual turista, se ve deslumbrado primero por la crudeza y después por el exotismo de un país al que no pertenece, lo que hace que se recree en exceso en ambos aspectos. Así, si Fernando Meirelles rodó un largometraje íntegramente desarrollado en Río de Janeiro sin filmar un sólo plano del Corcovado o del Pan de Azúcar, Danny Boyle no puede evitar que sus protagonistas lleguen de carambola a Agra para mostrarnos el Taj Mahal desde todos los ángulos.
'Slumdog Millionaire' - Danny Boyle, Loveleen Tandan - 2008 [ficha técnica]
miércoles, 18 de febrero de 2009
Slumdog Millionaire
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