El luchador es, con diferencia, la mejor película del director de Pi por hacer gala de una madurez en el tratamiento dramático que hasta ahora no había conseguido, y ello a pesar de que, sobre el papel, el material de partida amenazaba con dar como resultado un completo desatino. Veamos. Darren Aronofsy, hasta ahora un director muy preocupado por la originalidad o la transgresión de sus propuestas, construye su último film tomando prestados elementos que le son ajenos. El más palpable de ellos es el uso de uno de los tipos de plano más recurrentes en el cine de autor de los últimos años, en el que un personaje es visto de espaldas por una cámara que le persigue. Por otro lado, Aronofsky utiliza por primera vez en su carrera un relato lineal a partir de ideas, a grandes rasgos, muy simples, sobre todo en la definición de los personajes y sus motivaciones: el guión de Robert D. Siegel es una historia (más) de superación, acerca de estereotipos como el luchador de wrestling Randy (Mickey Rourke) o la bailarina de striptease Cassidy (Marisa Tomei), típicas viejas glorias en declive que luchan contra el tiempo, si bien la palma del despropósito en el guión de Robert D. Siegel se lo lleva el personaje de Stephanie (Evan Rachel Wood), hija del protagonista que se justifica mediante líneas de diálogo pobres y dirigidas al espectador (frases como "no estuviste en ninguno de mis cumpleaños") o se define, entre líneas, como un personaje odioso cuando se suponía que debía despertar nuestra simpatía para así comprender el amor que su padre siente por ella (la joven se deja comprar por regalos materiales y vuelve a sentenciar a su padre en cuanto éste comete un mínimo error, no bastándole que él vuelva a ella completamente arrepentido).
Entonces, ¿cómo supera Aronofsky estas limitaciones? En primer lugar, creyendo a ciegas en lo que se está contando. El primer tramo del relato hace hincapié en que el protagonista vive en un mundo de ficción que él mismo ha creado y donde absolutamente todo es irreal, desde su identidad (insiste a todos en que le llamen por su nombre artístico), hasta su cuerpo (el bronceado, las extensiones de su pelo, los anabolizantes que se inyecta...), pasando por su vida sentimental (cada vez que se reúne con Cassidy ella le cobra sesenta dólares), sus pertenencias materiales (es inquilino de una caravana que rara vez puede pagar) y, sobre todo, su trabajo: en El luchador se subraya constantemente el carácter de farsa de la lucha libre profesional y, sin embargo (y a esto nos referimos con creer "a ciegas" en lo que se está contando), las peleas de sus personajes están filmadas con la misma pasión y crudeza con la que se le da en el cine al boxeo. Además, el director de películas tan recargadas como Réquiem por un sueño o La fuente de la vida no abusa esta vez de las partituras de Clint Mansell y utiliza para definir a su protagonista la música diegética que acompaña a éste y que define sus preferencias, consistentes en un catálogo de canciones resultonas de bandas como Scorpions o Guns N' Roses que funciona perfectamente como contrapunto dramático: véase, por ejemplo, la efectiva presentación del film durante sus títulos de crédito, donde una panorámica sobre antiguos recortes de prensa define la edad dorada del luchador Randy "The Ram", todo ello amplificado con una canción de Quiet Riot, que corta a un repentino y silencioso fundido en negro, para dar paso a un patético plano del protagonista completamente acabado veinte años después, o la única escena de afecto sincero entre Randy y Cassidy, que se hace creíble gracias a una canción de los Ratt que suena de fondo y que ambos cantan (deliberadamente mal), compartiendo su admiración por la década de los ochenta y su rechazo a lo que vendría después.
La otra gran virtud de Aronofsky en El luchador es su manifiesta habilidad para la puesta en escena, haciendo gala de unas virtudes para la economía narrativa que, a mi parecer, no habían estado presentes hasta ahora en su cine. Detalles como cuando, en una de las primeras escenas, vemos a dos aficionados que piden un autógrafo a Randy, y acto seguido el personaje se queda sólo y mira melancólico el bolígrafo que sostiene, frustrado porque sus admiradores ya no hacen cola para verle; cuando Cassidy, en plena sesión de striptease, utiliza su pelo para cubrirse el rostro ante sus clientes, acomplejada por las arrugas; el momento en el que Randy asiste a una sesión de autógrafos junto a otras viejas glorias, cuyo declive se hace patente en los bostezos de los asistentes y en las sillas de ruedas, bastones y demás protesis que Randy va recorriendo con la mirada, o los instantes previos al infarto de Randy, escena que se inicia cuando el protagonista acuerda con su adversario los pormenores de la pelea, una elipsis da paso a la estampa de los dos contendientes completamente lacerados y finalmente, mientras un asistente cura las heridas de Randy, un flashback montado en paralelo nos describe el brutal proceso de martirio que han sufrido los personajes: a medida que las heridas le van siendo curadas, el protagonista va sufriendo en su interior el castigo que previamente ha sufrido por fuera.
'The Wrestler' - Darren Aronofsky - 2008 [ficha técnica]
sábado, 21 de febrero de 2009
El luchador
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Vi la peli ayer, y aunque coincido en líneas generales (como por ejemplo que amenzaba ser un truño total), me ha dejado un regusto agridulce. Todo parece estar bien, los actores, la dosis justa de dramatismo.. pero al final, queda como incompleta, y no me refiero al final, sino a que echo de menos más profundidad en el personaje. Se explicitan dos escenas diferentes cuando el protagonista está trabajando en el supermercado, en la primera aparece relajado asumiendo su papel real en la vida real, y a otra, sin solución de continuidad, mediando solo un par de escenas muy básicas con su hija, aparece alienado por el mismo trabajo y con un arrebato de locura muy forzado. Igualmente forzada es la relación con la stripper, en la que pasa de una cosa a la otra en un par de escenas. Desde mi punto de vista, el ritmo, lo peor de la película. Un saludete.
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