Pese a no contar con la colaboración de Steven Spielberg, el resultado final de la labor de Clint Eastwood en El intercambio parece contaminado por el que fuera su productor en Banderas de nuestros padres. Al igual que la mayoría de las películas de Spielberg, El intercambio peca de un excesivo metraje, fruto de no querer dejar ningún cabo suelto y de querer mostrarlo absolutamente todo, sin elipsis. Como en Los puentes de Madison o Million Dollar Baby Eastwood vuelve a narrar la historia de una mujer que demuestra ser la más fuerte en un mundo de hombres, al tiempo que van apareciendo en el relato los infiernos infantiles de Un mundo perfecto o Mystic River, si bien el drama que sufren los niños de El intercambio es, si cabe, mucho más terrible. Con todo, a pesar de (o precisamente por) ese excesivo metraje, Eastwood consigue escuchar a todos sus personajes, dando a cada uno algún momento de dignidad en el que consiguen dar a entender sus motivaciones, hasta el punto de que el personaje presumiblemente más cruel de todos es en un momento dado el que mejor entiende a la protagonista, por haber sufrido como ella el maltrato por parte de las instituciones y de los medios de comunicación. Hay también algo del Fritz Lang de M, el vampiro de Düsseldorf en la manera en la que Eastwood juzga los transtornos del asesino de niños, pero se diferencia de aquél en que después no arremete contra un grupo social concreto. De hecho, evitando los tópicos progresistas más al uso, la iglesia presbiteriana encabezada por el Reverendo Briegleb (John Malkovich) es la primera en ayudar a la desvalida Christine Collins (Angelina Jolie), mientras que las instituciones hacen aquí de inquisición, de forma que el Doctor Jonathan Steele (Denis O'Hare), quien encabeza el hospital psiquiátrico para mujeres donde es enviada Christine, entiende como infalible el "Código 12" por el cual la policía encierra a las mujeres a su centro.
Pero, como decimos, todos ellos tienen tiempo de defender su inocencia, ya que El intercambio no es un discurso contra un concepto concreto, sino contra uno abstracto: el miedo, entendiéndolo no como mecanismo de defensa del ser humano sino como arma de represión por parte del poder establecido. Sabemos que, tanto en dictaduras como en democracias (y ejemplos recientes no faltan), el miedo es utilizado por los mandatarios para mantener el orden y/o la sumisión del pueblo, pero El intercambio demuestra que el miedo mantiene inalterado un estado de las cosas, sí, pero éste no es necesariamente el más acertado, y que en esa impasibilidad hay dramáticos efectos colaterales. Desde que escuchamos a Christine contar al pequeño Walter (Gattlin Griffith) cómo su padre los dejó solos por no ser lo suficientemente valiente, el miedo es un sentimiento que aparece a lo largo de todo el relato. Es lo que estremece a un detective que escucha la terrible historia de un niño (haciendo que su cigarro se consuma sin dar ninguna calada) o a dos mujeres que presencian la agonía de un ahorcado (y cuyas manos se juntan involuntariamente en un plano tan hermoso como el anterior), pero también es lo que hace que ese mismo niño se vea obligado a participar en crímenes horribles, que otro niño permanezca desaparecido durante años o que el asesino tema ir al infierno y no ayude a Christine antes de ser ejecutado. No en vano, en las últimas palabras que escuchamos del pequeño Walter, ya advierte a su madre de que no teme a nada, ni siquiera a la oscuridad. Es la declaración de intenciones del que, como su madre, será uno de los héroes anónimos de un sistema envenenado por la cobardía.
'Changeling' - Clint Eastwood - 2008 [ficha técnica]
sábado, 3 de enero de 2009
El intercambio
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