Si James Mangold dirigió un relato de policias como si fuera un western en Cop Land, la historia de El tren de las 3:10, ambientada en la época de los primeros ferrocarriles y cuyo hilo narrativo se construye en torno al viaje de unos pistoleros, rodada por Mangold se parece más a un thriller de acción que a un western tradicional. Gracias a este tratamiento, sus dos horas de metraje transcurren sin altibajos, sin baches narrativos (si bien la filmación de algunas de las numerosas fugas de los protagonistas es de tal frenetismo que carece de credibilidad). Es muy probable que sea ésta la única manera plausible de enfocar el desafortunado guión de partida de Halsted Welles y Michael Brandt (a partir de un relato de Elmore Leonard que ya fue llevado al cine por Delmer Daves en 1957), donde priman los clichés del cine comercial contemporáneo por encima de su tradición genérica o, incluso, la coherencia de sus personajes: si bien hay personajes como el ranchero Dan Evans (Christian Bale) o el malvado Charlie Prince (Ben Foster) que están correctamente definidos en el guión, el del forajido Ben Wade (Russell Crowe) queda mucho más difuso, no teniendo unas motivaciones claras ni una evolución psicológica constante. Wade puede ser un ladrón sin conciencia que mata y deja matar en sus asaltos o puede ayudar a un hombre a recuperar la confianza de su hijo; es capaz de disparar a uno de sus hombres por haber sido despistado poniendo en peligro la vida de sus compañeros y de liquidar a todos ellos aunque hayan sido leales recorriendo cientos de kilómetros para ayudarle; unas veces bromea y se toma las cosas como un juego, otras sufre y pone su vida en peligro para escapar de sus raptores. Ni siquiera es un personaje ambiguo que le dé diferentes lecturas al relato, sencillamente está mal definido porque sus creadores se han preocupado más de sus acciones y de que creen el adecuado efecto dramático en cada momento de la trama: frenético arranque inicial, persecuciones que se suceden regularmente, un malo que se vuelve bueno, un hombre sencillo que se vuelve héroe... y mientras tanto mucha acción y un uso muy trivial de la violencia, rozando a veces peligrosamente un ritmo de videoclip que recuerda a infames westerns como Rápida y mortal de Sam Raimi. Al menos el film de Mangold es entretenido.
'3:10 to Yuma' - James Mangold - 2007 [ficha técnica]
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domingo, 14 de diciembre de 2008
El tren de las 3:10
jueves, 11 de diciembre de 2008
My Blueberry Nights
La doble empresa que el año pasado concluyó el operador de cámara Darius Khondji es una de las más complicadas a la vez que poco gratificantes que puede deparar el negocio del cine. No nos referimos a la tarea de ayudar a Michael Haneke y Wong Kar Wai a integrar sus estilos visuales en el esperado debut norteamericano de ambos, sino a la de sustituir a sus habituales directores de fotografía imitando lo más posible el estilo de éstos. Por un lado, como producto del capricho de Haneke al querer calcar plano a plano su trabajo anterior en la versión americana de Funny games, Khondi tuvo que desaparecer entre sus propias imágenes al repetir minuciosamente el (funcional) trabajo que en su día realizara el alemán Jürgen Jürges, con el consecuente olvido por parte de la crítica ante una labor no por impersonal menos minuciosa. El segundo caso implica, si cabe, una responsabilidad mucho mayor, ya que Wong Kar Wai para su estreno en Estados Unidos ha prescindido de su colega Christopher Doyle, alguien con quien ha contado para casi todos sus largometrajes y en cuya fotografía a menudo se ha querido ver el auténtico valor del trabajo del cineasta chino, especialmente en dos films tan aclamados como 2046 y, sobre todo, Deseando amar. Aquí la ignorancia generalizada hacia Khondji es todavía más injusta. El hecho de que My Blueberry Nights no tenga nada que envidiar desde un punto de vista estético a ningún otro trabajo de su director no sólo demuestra que la autoría de éste está por encima del equipo técnico o del estudio para el que trabaje, también da fe de la ejemplar profesionalidad de Khondji a la hora de adaptarse a la psicología del cineasta con el que colabore.
La participación del técnico supone, no obstante, más un punto de inflexión que una mera continuación dentro de la filmografía de Wong Kar Wai. Pese a compartir un palpable barroquismo con Doyle (véase la frecuencia con la que director y operador colocan cristales con coloridos neones entre la cámara y los personajes), Khondji aporta al cine de Wong Kar Wai un cromatismo primario de una gran vitalidad, rescatándolo así de los tonos ocres en los que se estaban imbuyendo sus últimos trabajos. Es una plástica tan viva, tan "empalagosa" (no en vano, su título se refiere a los pasteles que devoran sus noctámbulos personajes), que Khondji termina atenuando la adulta mirada que Wong Kar Wai tenía hasta ahora, concibiendo así un film menos impactante que los rodados por el director en Asia. Con todo, se trata de un interesante viaje filmado en el que se suceden una serie de relatos individuales con el personaje de Elizabeth (interpretado con enorme credibilidad por la vocalista de jazz Norah Jones) como elemento común. Este viaje físico (de Nueva York a Las Vegas) lleva asociado otro viaje iniciático, en el que Wong Kar Wai aprende y se adapta a un nuevo contexto cultural, tomando prestados elementos de cierta tradición del cine independiente americano, que va desde la road movie hasta el melodrama romántico, al tiempo que añade puntuales autorreferencias, como ese arreglo folk del popular "Yumeji's Theme" de Shigeru Umebayashi que suena en varias ocasiones, o la presencia de actrices como Rachel Weisz o Natalie Portman como traslación americana de los personajes que otrora encarnaron las elegantes Maggie Cheung o Faye Wong.
'My Blueberry Nights' - Wong Kar Wai - 2007 [ficha técnica]
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