Desde su pase en el festival de Cannes de 2007, la versión americana de Funny games ha desconcertado a propios y extraños debido a su insultante parecido con el film homónimo rodado diez años atrás en Austria por el mismo director, el siempre controvertido Michael Haneke. En efecto, incluso detalles como la música diegética o las imágenes de archivo (la carrera de coches que se proyecta en una pantalla salpicada de sangre), casi todo ha sido reutilizado o reproducido, hasta el punto de que hay momentos en los que es imposible distinguir a qué versión pertenecen las imágenes (especialmente al principio, cuando una toma aérea sigue el vehículo de los protagonistas por la carretera). Cegados por estos detalles, la mayoría de los cronistas no ha parado de preguntarse por qué Haneke quiso rodar dos veces un mismo film repitiendo además cada toma con precisión milimétrica, no encontrando nunca una respuesta satisfactoria, básicamente porque la pregunta no es la más adecuada: por más que les pese a los enamorados de la política de los autores, en este caso, como en tantas otras ocasiones, el responsable de tan extraña decisión no es su director sino sus productores. Funny Games (1997) era una película de autor pensada para revolver las conciencias a los impasibles espectadores europeos cercanos a Haneke, pero también era un producto susceptible de ser explotado en circuitos más mayoritarios como quintaesencia del cine de terror. Así, en un ejercicio similar al cometido por Hideo Nakata al dirigir personalmente las revisiones americanas de sus célebres Ringu y Ringu 2, o al de John Erick Dowdle, director de Quarantine (una versión de Rec que, a juzgar por las imágenes que hemos podido ver, se parece de forma asombrosa al original de Plaza y Balagueró), el mercado anglosajón ha decidido importar el incómodo lenguaje del director austriaco para uso y disfrute de un sector de público mucho más amplio.
Sirva todo lo anterior para zanjar un debate tras el cual muchos han concluido que este remake era un film innecesario, más que nada porque pocos se han fijado en sus consecuencias. Haneke nunca ha vacilado en tener como objetivo de sus ataques a su propio público, un sector social occidental con un mínimo de cultura (La pianista) pero también inmerso en una grave apatía (Caché), y si alguna vez se ha pronunciado en contra de conceptos más universales, como la comunicación (Código desconocido) o la civilización (Los tiempos del lobo), ha utilizado un lenguaje sólo al alcance de ese mismo sector cultural. En Funny Games (1997) el objetivo de sus ataques no era únicamente el cinéfilo del viejo continente, sino el espectador occidental en general, aficionado a la violencia como vía de entretenimiento. Por lo tanto, este remake supone una oportunidad en la que al realizador se le permite ampliar el alcance de su discurso, y si ha resultado ser un calco del original, ello significa que, de entrada, Haneke mantiene en el mercado americano la misma libertad autoral que se le ha permitido en Europa (de nuevo, repite todas las excentricidades por las que se hizo popular el film original, como los actores que hablan y guiñan a la cámara o la célebre escena del mando a distancia); que ha sido capaz de reunir en Estados Unidos a un elenco perfectamente amoldado a su universo personal, a excepción, tal vez, de la poco "hanekiana" Naomi Watts quien, por otro lado, borda una de las interpretaciones más viscerales de toda su carrera (lo cual no es poco para una actriz que ha trabajado a las ordenes de gente como Lynch o Cronenberg), y que ha sido capaz de repetir la que probablemente sea su película mejor rodada desde un punto de vista clásico. Lo malo es que tal vez el discurso haya perdido algo de vigencia: filmar a una familia conduciendo un enorme monovolumen, accediendo a una lujosa casa de campo al borde de un lago o preparando un yate, no produce el mismo efecto en una película europea, donde se subraya la condición aburguesada de los personajes, que en una americana, donde parece que tan sólo se estén repitiendo los clichés que comparten buena parte del cine mainstream y los best-seller literarios, donde todos los personajes se acomodan en un elevado estatus social. Sin embargo, otras situaciones aisladas no tenían tanta fuerza en lo que hace diez años se trató como un film de autor, como la que tiene ahora en lo que, se supone, es un film de género, por ejemplo, el personaje infantil, continuamente ridiculizado y completamente alejado del pequeño héroe que siempre tiene su momento de gloria en el cine de palomitas, o la huida sistemática de alivios cómicos, tensiones eróticas o finales felices.
'Funny Games U.S.' - Michael Haneke - 2007 [ficha técnica]
martes, 22 de julio de 2008
Funny Games
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Buenas Manué,
ResponderEliminarúnicamente he podido ver la versión US, y aún así me parece un film totalmente innecesario y prescindible. No dudo de la calidad de Haneke como director, pero para mí la película no deja de ser un experimento, muy provocador, pero vacío.
En mi blog hubo mucho debate sobre esta película, por si te interesa :)
Saludos!! muy buena reseña, por cierto
(Marchelo, copio aquí el comentario que he dejado en tu blog.)
ResponderEliminarQuiero aclarar que Haneke es uno de mis directores favoritos, y que Funny Games (1997) es una de las películas que me marcaron en los noventa.
Haneke nunca ha sido un narrador de historias sino un comunicador y, habitualmente, utiliza su lenguaje para atacar. Por lo tanto, estos ataques hacen que, para empezar, provoquen las iras de unos cuantos. Por otro lado, es muy difícil que un film de Haneke apruebe en un examen cinematográfico al uso, donde lo que se valora es una historia que enganche (no olvidemos que, según este criterio, Ángeles y demonios sería un libro sobresaliente y La crítica de la razón pura sería una completa basura). El auténtico valor de Haneke está, como digo, en su uso del cine como lenguaje, para comunicar, y en Funny Games (cualquiera de las dos versiones) el discurso va directamente contra la violencia en los medios y contra la indiferencia de los que consumen esa violencia. Para ello evita cualquier posible colirio para esos consumidores, incluidas aquellas concesiones que la propia violencia filmada pueda generar (por ejemplo, las heridas, tan del gusto de los espectadores) pero sin dejar de mostrar lo peor de esa violencia (como la tortura mental y el dolor físico) y recordarnos una y otra vez que la violencia filmada no siempre se corresponde con la violencia real, ya que se rige por unas reglas diferentes, aunque la violencia filmada por Haneke hace trampas contra los espectadores (de ahí la escena del mando a distancia).