Aparte de por sus virtudes más evidentes (un absoluto vanguardismo técnico y unas sobresalientes habilidades narrativas), la factoría Pixar presume de haberse caracterizado desde su primer largometraje por una manera clásica de hacer cine, contraria a la política de autor, donde no parece muy significativo quién dirija cada proyecto, sino que prevalece el esfuerzo colectivo sobre cualquier individualismo. Recuérdese cuando John Lasseter, tras dirigir (no siempre en solitario) los tres primeros largometrajes de Pixar, delegó en varios de sus colaboradores para alumbrar las asombrosas Monsters, Inc. y Finding Nemo, sin sacrificar con ello la marca de la casa, para volver años después a acometer junto a Joe Ranft la dirección de Cars, siendo muy difícil detectar la mano de uno u otro autor entre estos títulos. Sin embargo, a medida que engorda la lista de producciones de la compañía empezamos a advertir algún que otro rasgo de personalidad, si bien han hecho falta ocho títulos para que uno de sus artifices, Brad Bird, se muestre un punto diferente a sus compañeros, dirigiendo los que quizás sean, por otro lado, los dos films menos conseguidos del estudio: la irregular (pero, aún así, notable) The incredibles y Ratatouille, probablemente el largometraje más flojo de todo el catálogo.
Los dos productos de Brad Bird pecan de un exceso de racionalismo adulto en medio de una cosecha donde la máxima es trascender el universo infantil para llevarlo a un mundo de surrealismo cercano a lo sublime. Lo más grave es que este carácter racionalista termina contagiando el ritmo de las películas, carentes del tempo frenético del resto de largometrajes, donde era difícil encontrar un sólo plano que pecara de una inadecuada duración. Ratatouille es una película excesivamente dialogada por boca de unos personajes demasiado infantiles y que demandan, como hemos dicho, irracionalidad en el trato, lo que perjudica al interés con el que se sigue la trama, sobre todo a partir del segundo tercio, pues el arranque del film es realmente prometedor, empujado por la presentación de Remy (una rata) y de sus compañeros, y por el despliegue técnico del que, como hemos dicho, alardea la compañía, capaz de superarse en ese aspecto título tras título, por difícil que parezca. Ambas virtudes tienen su punto álgido en la secuencia en la que una anciana armada dispara contra los protagonistas hasta descubrir el inmenso nido de roedores que vive en el techo de su casa, momento en el que el film adopta un punto de vista desacomplejadamente infantil (que se irá perdiendo progresivamente), sin ocultar un ápice el carácter desagradable que la escena posee para los espectadores más adultos. La cosa decae, pues, cuando los personajes humanos obtienen el protagonismo con un tono histriónico que irrita tanto o más que el de cualquier actor de carne y hueso (suponemos que la culpa de esto la tienen los histriónicos actores de carne y hueso que ponen voces a los protagonistas), y avanza hacía un objetivo un tanto indefinido: el desenlace está adornado con un largo monólogo acerca de la crítica culinaria que vemos sospechosamente atribuíble también a la cinematográfica. Así, su epílogo puede verse como un ataque preventivo hacia los cronistas que no sean demasiado tolerantes con los quehaceres de Brad Bird: el renombrado crítico será un habitual en el restaurante que terminan regentando los protagonistas, donde hacen cola una horda de progres que visten como él, y toda la colonia de Remy. Ratas y críticos, viviendo en harmonía.
'Ratatouille' - Brad Bird - 2007 [ficha técnica]
viernes, 17 de agosto de 2007
Ratatouille
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