En pocas líneas, el último trabajo de Rodrigo García se resume habitualmente así: nueve planos secuencia contando nueve fragmentos de la vida de nueve mujeres. A mí no me gusta leer cosas como ésta, en primer lugar porque no es verdad, no por lo de los planos secuencia, sino porque lo que se cuentan son muchas otras cosas. Lo peor es que algo tan vacuo como esto es suficiente para atraer a cierto tipo de público, el cual espera que le den justo lo que yo más detesto, por ejemplo, que entre un fragmento y otro aparezca impreso un título para la siguiente historia (una práctica extendida hasta el aburrimiento en el cine independiente, como dije a propósito de Palídromos), o que estos planos secuencia estén incluídos más como fin que como medio, es decir, que llamen la atención por su difícil construcción, pero no por lo que sabemos gracias a ellos. Efectivamente, en Nueve vidas, a García le gusta poner elementos que se lo hagan todo más difícil, como un espejo que puede reflejar la cámara, un gato que se mueve en un momento determinado o un niño que interpreta varias frases, cuando no es el escenario mismo quien requiere largos travellings o cambios de iluminación, convirtiendo este film en uno de esos ejercicios de virtuosismo que aparecen en cartelera periódicamente, como El arca rusa o Irreversible. El tema es que no sólo es difícil llevar a la práctica el plano secuencia, sino utilizarlo como elemento cinematográfico, y ahí es donde Rodrigo García demuestra de verdad su valor como realizador (como ya hizo en Cosas que diría con solo mirarla), pues él sí es capaz de usar el plano continuo para hacer desaparecer el montaje, pero no el resto de elementos clásicos: contraplanos, picados, travellings, etc. siguen cumpliendo su función básica. Por otro lado, le sirve para contar un film de manera honesta, ya que es realmente difícil manipular sin más arma que la puesta en escena. En el lado opuesto a esta forma de hacer cine está la de Alejandro González Iñárritu (que está tras la producción de Nueve vidas) donde el conjunto de historias narradas se entremezcla de manera confusa para contar algo bastante más simple de lo que aparenta, o el reciente Crash de Paul Haggis, que viene a ser la puesta en práctica de un guión tramposo que quiere contarlo absolutamente todo sobre un tema, a años luz por tanto de la modestia de Rodrigo García.
El cine de García me recuerda enormemente al de Isabel Coixet, la cual siempre construye sus historias en torno a personajes femeninos, y emplea un tono de narración muy similar, aunque la admiración que siento por uno no tiene nada que ver con la indiferencia que me produce la otra. En primer lugar, aún siendo hijo de Gabriel García Márquez, Rodrigo García demuestra una gran habilidad para contar las cosas con imágenes, lo cual en Coixet es imposible, dado que sus narraciones dependen siempre de la palabra, y no de la imagen, que en su caso es un mero soporte, cuando no un relleno. Por otro lado, García parte de la condición femenina para llegar a todos los individuos, a temas universales, los cuales no están presentes en las premiadas películas de Coixet. Así, Nueve vidas es algo más que un conjunto de pequeños relatos en femenino, es una tesis sobre las relaciones familiares que lleva a cabo el ser humano desde su concepción hasta su muerte, incluyendo las uniones que se establecen entre los vivos tanto con los que aún no han sido concebidos como con los que ya no están: El amor por los hijos puede sacar lo peor de un presidiario ejemplar, si se le niega la comunicación con ellos, o puede hacer que una madre cuyo matrimonio ha dejado de existir huya de la habitación de motel donde iba a tener un idílico encuentro sexual; en un encuentro entre parejas, una de ellas revela la crisis que supuso para ellos la decisión de tener o no tener un hijo, mientras que la otra tiene un problema más grave, ya que él es estéril, lo que despierta sus instintos de descendencia cuando casualmente encuentra a una exnovia en un supermercado, la cual ha reconstruido su vida con otro hombre y está en avanzado estado de gestación; los hijos llegarán a la edad adulta tras una infancia que apenas les deja bellos recuerdos, o sufrirán la fragilidad de las relaciones de sus padres tras el paso del tiempo y las enfermedades; en cambio, éstas pueden sacar a flote los sentimientos escondidos hacia los seres cercanos, revelaciones que se producen durante el delirio de una sedación pre-operatoria.
Rodrigo García, que también es un cineasta de su tiempo, juega en el último episodio a la narración con trampa, contando una de esas historias en las que la naturaleza del relato da un inesperado giro final. Lejos de caer en el truco fácil, el epílogo de Nueve vidas es un inolvidable cuento de fantasmas al estilo de M. Night Shyamalan, que remite con hermoso dramatismo tanto a la relación de los padres con los hijos como a la influencia que los difuntos ejercen en nuestras vidas. Pocas veces el cine ha dado fe con tanta delicadeza de la losa que para algunos seres humanos supone el seguir existiendo.
'Nine Lives' - Rodrigo García - 2005 [ficha técnica]
jueves, 16 de noviembre de 2006
[Opinión] Nueve vidas
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