A menudo se habla de los elementos técnicos de À bout de souffle como "faltas de ortografía" en el lenguaje cinematográfico. En este sentido, tal vez el tiempo sí que ha hecho que la forma en que se ve esta película haya cambiado, pues lo que Godard consiguió en su día fue algo mucho menos inocente, más que en faltas de ortografía, la película se convirtió en una blasfemia contra un dogma lingüístico asentado e incontestable. En cualquier caso, la proyección de esta película sigue provocando por igual abucheos y ovaciones. La primera reacción de alguien que esté empezando a descubrir los grandes títulos de la historia del cine siempre es la de rechazo. No es de extrañar, pues en las academias de cine se sigue vendiendo un estilo de escritura pulcro como único modo de comunicar algo mediante el lenguaje audiovisual. Paradójicamente, en las corrientes populares, como la publicidad o los videoclips, el academicismo ha desaparecido casi por completo. Quizás el problema al que tiene que enfrentarse À bout de souffle frente al público del siglo XXI es que su forma es demasiado transgresora para considerarse culta, pero su fondo no es lo suficientemente banal para pertenecer a la cultura popular.
Es una lástima que siempre que se hable de esta película haya que empezar debatiendo sus (todavía hoy) polémicos aspectos ortográficos, como si no hubiera detrás una semántica lo suficientemente densa. Lo más llamativo de uno y otro aspecto es el modo en que esa forma de contar las cosas siempre tiene sentido aplicada a lo que se está contando, concretamente a la personalidad de su protagonista. Si se trata de hablar de un protagonista para nada acorde con el sistema establecido ¿por qué no usar también un lenguaje que dinamite ese sistema? Michel Poicard avería su coche (robado) y se escucha a un policía, hay un primer plano de él, luego uno de su pistola con el sonido de un disparo y, tras un salto de raccord, vemos a Michel corriendo en medio de ningún sitio. En otro momento vemos que Michel está robando otro coche y alguien que parece ser el propietario se dirige rápidamente hacia él, de pronto Michel está en otro sitio. Michel va a golpear a un comprador de coches e inmediatamente éste ya ha sido golpeado y está en el suelo.
Lo mejor es que conforme ese protagonista encuentra una armonía en su forma de actuar, también la escritura encuentra cierta lógica sin abandonar su principio de trasgresión. Por ejemplo, su primer encuentro con Patricia es una especie de pausa en su frenética vida, que se filma con un travelling ininterrumpido mientras pasean por los Campos Elíseos. Cuando él lleva a la chica en su coche y piropea sus virtudes, se filma la nuca de Patricia cortada por un montaje sincopado, pero esta vez con una mecánica constante y en consonancia con el diálogo del protagonista. La larga escena de la habitación también es cinematográficamente muy bella, en el sentido más clásico, sobre todo por la portentosa presencia de ambos actores.
Tal vez la aportación más clara que François Truffaut hizo al guión, y otro de los valores clave de la película es el personaje femenino, tanto por la recreación que hace Jean Seberg como por su evolución a lo largo del metraje, sobre todo en lo que respecta a su compleja relación con Michel. Después de una década de los 90 cargada de películas sobre la generación X, o de miles de indigestos films realizados con y para jóvenes (incluyendo todas aquellas celebérrimas películas mal-llamadas "modernas" como The Matrix), es francamente difícil encontrar algún ejemplo de representación de la juventud con el que uno pueda sentirse identificado como lo hacemos con el personaje de esa americana "de intercambio" que alquila un cuchitril que decora con mimo con posters de sus películas favoritas, a la vez que mantiene a duras penas su modo de vida soñado. Puede que la crisis social actual me obligue a mí como espectador a encontrar esa identificación, lo cual podría favorecer un revival de la película. Sí, pero eso mismo podían haber pensado los jóvenes de mayo del 68 (cuyo espíritu encuentra una semilla en el carácter revolucionario de esta película), los jóvenes pasotas de "la movida" en los 80 (que recuerdan a Michel por su nihilismo), los jóvenes directores orientales de los 90 (que mezclaron una estética posmoderna con el desparpajo de estos personajes para hacer cine de gangsters), los jóvenes artífices de la célebre campaña de Martini de hace unos años (que hicieron que sus actores repitieran los gestos de Belmondo y la estética de Jean Seberg),...
Yo creo que en vez de hablar de revival en todos esos casos, podría tratarse de una especie de perenne juventud. El personaje de Parvulesco confiesa en el film que su mayor ambición es "ser inmortal y después morir". Puede que esa sea la declaración de principios de la película.
'À bout de souffle' - Jean-Luc Godard - 1960 [ficha técnica]
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martes, 18 de julio de 2006
[Opinión] Al final de la escapada
sábado, 15 de julio de 2006
[Opinión] Cars
"1: En un arranque impactante, los personajes principales (y sus limitaciones) son presentados. 2: Tras un equívoco o accidente los personajes principales inician un viaje o una larga fase de aprendizaje. 3: En un desenlace espectacular, los personajes se comportan de una forma diferente a la del comienzo, porque han superado o aceptado sus limitaciones. 4: Epílogo."
Sin haber visto Cars no es difícil adivinar que la visión de los estudios Pixar del mundo de las cuatro ruedas tiene la estructura antes expuesta. También que en ella se producen una o dos escenas mejorables, por su excesiva sensiblería, y que contiene un fuerte contenido molarizante (al fin y al cabo, es otra película Disney). El caso es que el esqueleto de cualquier otro film del citado estudio es, como mucho, una leve variación de esta estructura. Por si fuera poco, tan simple fórmula narrativa la conducen objetos ingenuos e infantiles, como juguetes que juegan solos o monstruos que trabajan asustando a niños. Por esto, yo siempre imagino a sus directivos encargando ideas que se construyen en tres minutos para convertirlas en productos que requieren tres años de duro trabajo, tanto para dejar claro que están a la vanguardia de la recreación por ordenador, como para ofrecer un producto bien acabado en cuanto a valores estrictamente cinematográficos. Quizás sea éste el secreto del éxito de esta compañía, que sacó a la Disney de lo que podía haber sido su peor crisis: La fe ciega en las posibilidades de cualquier premisa, por simple que parezca.
También puede que esté ahí la clave de por qué este nuevo cine de animación llega de igual manera a públicos de tan diferentes edades. Se trata de desarrollar la idea de un niño (objetos inanimados que están vivos) con una madurez que supera a gran parte de los productos de entretinimiento para adultos (baste comparar los resultados de un magnífico film de superhéroes como Los increíbles con despropósitos como Catwoman, Batman & Robin, Elektra, Spawn, ...). Es la principal diferencia entre Pixar y sus más importantes competidoras, como Dreamworks, donde parece que el proceso creativo se produce al revés, partiendo de una lista de ideas adultas que se ensamblan con mayor o menor fortuna en un escenario infantil. Por ejemplo, a mi juicio, siempre será más atractivo el cuento de la cigarra y la hormiga evolucionado hasta obtener un digno remake de Los siete samuráis, como ocurre en Bichos, que la comedia con un personaje a lo Woody Allen adaptado a la piel de una hormiga que puede hablar y que vive en una sociedad superpoblada, como ocurre en Hormigaz.
Ello no significa que los guionistas no encuentren sitio en los films de Pixar, especialmente en Cars, para insertar en el relato una serie de situaciones que, sin dejar de ser aptas para menores (el primer mandamiento de casi todas las superproducciones de animación) sólo están al alcance del público adulto, hasta el extremo de bromear con la parafernalia sexual de hombres y mujeres, en la escena en la que el protagonista fija su atención en la pegatina que el Porsche femenino lleva en la parte trasera a modo de tatuaje. Quizá en ese sentido, lo más llamativo sea la caracterización con la que se dota a cada personaje, basándose en la idea de que cada vehículo es una muestra de la personalidad de su conductor, que hacen que me plantee si no es Cars la road movie del siglo XXI: los "tuneados" que son molestos y presumidos; el camión que realiza largos viajes sin descartar un merecido descanso en un área de servicio; la pareja de acomodados monovolúmenes que se despistan en el camino a sus vacaciones; la fugoneta Volkswagen amiga de los combustibles ecológicos, y, sobre todo, el Fiat de origen italiano cuya embellecedor delantero hace de bigote puntiagudo, una genial idea que no le hubiera venido pequeña a cualquier personaje clásico de la historia de la animación.
'Cars' - John Lasseter, Joe Ranft - 2006 [ficha técnica]
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